Por Francisco Carrillo, economista y socio de CoMov
Antes de que los criterios ESG (Environmental, Social, and Governance) se convirtieran en el enfoque central para evaluar la sostenibilidad y la responsabilidad corporativa, otros conceptos ya habían intentado abordar la relación entre empresas y sociedad. Desde los años 60 en adelante, términos como Responsabilidad Social Corporativa, Triple Bottom Line, Inversión Socialmente Responsable, Desarrollo Sostenible y Capitalismo de Stakeholders fueron introducidos como intentos de integrar factores éticos y sociales en el mundo empresarial. Mucho de esto vino de la instauración de la llamada “Tragedia de los Comunes” como una verdad incontestable de la Economía Política contemporánea.
El enfoque ESG tiene una diferencia fundamental con los conceptos anteriores: busca cuantificar y estandarizar el impacto ambiental, social y de gobernanza de las empresas, integrándolo directamente en las decisiones de inversión. Al hacerlo, no solo permitió comparar empresas bajo parámetros objetivos, sino también vincular la sostenibilidad con la rentabilidad económica.
Pero desde hace un tiempo, la realidad parece ser otra y ejemplos hay de sobra.
Así, los criterios ESG parecen estar en crisis. BlackRock, el mayor gestor de activos del mundo, abandonó la iniciativa Net Zero Asset Managers, argumentando presiones legales y falta de claridad. La People’s Pension del Reino Unido retiró £28 mil millones de State Street, acusándolos de retroceder en sus compromisos ESG.
El concepto que buscó revolucionar las inversiones ahora enfrenta su propia prueba de fuego. Las métricas no son consistentes. Las definiciones son ambiguas. Y el greenwashing es una sombra que no se disipa. ¿El ESG realmente mide lo que importa?
El enfoque ESG no logra unificar, por el momento, criterios objetivos y racionales por el mercado. Esta aproximación basada en métricas cuantitativas puede llevar a una visión simplista y reductiva de la sostenibilidad, ignorando contextos locales y complejidades sociales. En este sentido mantiene muchas de las limitaciones de los conceptos de décadas pasadas. Parece ser, entonces, que la crisis del ESG no se trata solamente de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca o del renacimiento de un capitalismo depredador.
Para muchos, el riesgo hoy es que volvamos a un estado de naturaleza sin reglas y demos rienda a un capitalismo salvaje, todo en medio de indudables desafíos socioambientales globales. Pero resulta infantil plantear que ante la desgracia de un concepto las empresas darán rienda suelta a la contaminación sin miramientos o a la discriminación desvergonzada. Las empresas que sigan las reglas, que estén constantemente pendientes de su entorno, que respeten las convicciones fundamentales de cómo debe conducirse y aportar desde su negocio y que maximicen el valor en sus industrias, esas empresas, serán premiadas por el mercado y por los inversionistas, en definitiva, serán parte de la verdadera sostenibilidad, que debe ir más allá de siglas y conceptos.