Daniel Vercelli Baladrón, socio y Managing Partner de la consultora Manuia, director de empresas
El último tercio del año tuvo gran movimiento en materia medioambiental. Entre octubre y noviembre se realizaron cuatro conferencias ambientales globales sobre biodiversidad (COP 16 en Cali), degradación de suelos y desertificación (COP 16 en Riad), contaminación por plásticos (INC 5 en Corea del Sur), más la COP 29 de clima en Azerbaiyán, el que se transformó inesperadamente en la segunda COP más concurrida de la historia. Con el paso de los días y haciendo un balance de los principales hitos de cada evento, hay varios aspectos que vale la pena analizar y destacar como los más relevantes de la temporada en torno a los avances para enfrentar la triple crisis ambiental global de clima, plásticos y biodiversidad ( o cuádruple crisis, si agregamos la sequía, desertificación y degradación de suelos).
El primero fue comprobar la vigencia del multilateralismo como mecanismo para llegar a acuerdos y consensos globales. En un año marcado por la guerra en Ucrania, los conflictos en Medio Oriente y la cantidad abrumadora de elecciones, todas esas presiones generaron muchas veces incentivos a bajarse de la mesa o a trabar las negociaciones, y si bien muchas cosas efectivamente se ralentizaron, los mecanismos y procesos multilaterales sobrevivieron, lográndose al menos el objetivo estratégico de evitar el colapso de estos procesos.
Otro aspecto importante es la relevancia que obtuvieron las dos COP16: este año hubo mayor protagonismo para las temáticas de pérdida de biodiversidad, desertificación, sequía y degradación de suelos, junto a avances concretos como el establecimiento del fondo de Cali en temas de biodiversidad o el de la Agenda de Acción de Riad para combatir la desertificación.
La convergencia de los temas medioambientales también es notoria. Los temas en común analizados en cada encuentro permiten potenciar y escalar las soluciones, alineando el trabajo multilateral y político con agendas de acción e implementación adaptadas a lo que realmente ocurre en la naturaleza y en la vida de las personas, donde los fenómenos son interdependientes y relacionados. Cuando trabajamos en medidas para mejorar la riqueza de tierras degradadas no sólo recuperamos esas tierras, sino que permitimos que más especies estén protegidas en un hábitat que permite que se desarrollen (combatiendo la pérdida de biodiversidad) y creamos las condiciones para que una vegetación más abundante capture más CO2 de la atmósfera (combatiendo la crisis climática). Al planeta lo hemos enfermado tras generar una crisis sistémica, por lo que necesitamos respuestas que también sean sistémicas y ataquen la mayor cantidad de frentes posibles. Es lo mismo que cuando una persona padece de hipertensión, diabetes y obesidad: una mejor alimentación le ayuda a combatir estos tres problemas.
Un último punto a destacar es el creciente, consistente y ambicioso actuar de los actores no estatales, que reúnen a gobiernos subnacionales, empresas, el mundo financiero, la academia, organizaciones de la sociedad civil, etc. Es admirable observar en cada proceso cómo este grupo de actores clave gana protagonismo y aporta una dosis de optimismo el hecho de presenciar cómo desde el sector privado global se apoya e insta a los estados a adoptar mayores niveles de ambición en los acuerdos. Y es entendible, porque los privados necesitamos reglas claras y permanentes, y en ese sentido, las organizaciones de vanguardia entienden que contar con certezas ayuda a alinear las acciones. En ese marco, más allá de las turbulencias geopolíticas y electorales, el sector privado se está consolidando como un actor con mirada de largo plazo sobre las crisis que enfrentamos y la búsqueda de soluciones, independiente de los ciclos de elecciones, cambios de gobiernos y otras coyunturas de corto plazo que se han manifestado constantemente en distintos países.
Con todos estos factores en la mesa, el balance de esta super temporada de cumbres medioambientales globales deja un sabor a tímidos avances, pero aún más relevante, la sensación de que lo peor se evitó y que hay esperanzas para lo que viene en 2025 con la COP30 de cambio climático en Brasil. El próximo año los ojos del mundo confluirán en Latinoamérica para, ojalá, ser testigos de una celebración de los 10 años del acuerdo de París que marque hitos más sustantivos en la lucha contra el cambio climático. También en 2025 debería finalizar el proceso del tratado global para detener la contaminación por plásticos, el cual se avizora complejo, pero aún con posibilidades de lograr un acuerdo sustantivo, mientras que las otras dos COP, biodiversidad y desertificación, tendrán sus nuevas rondas de cumbres en 2026.