Por Daniel Vercelli Baladrón, socio y Managing Partner de la consultora Manuia, director de empresas
Es un hecho que en las últimas décadas los incendios forestales están aumentando en frecuencia, magnitud y emisiones de CO₂ como efecto directo del cambio climático.
Este fenómeno ha sido documentado globalmente por varios estudios. Por ejemplo, los incendios registrados en Canadá en 2023 produjeron aproximadamente 1.800 millones de toneladas de CO₂, volumen que supera las emisiones industriales de ese país en el mismo período. Este incremento representa un ciclo de retroalimentación destructivo que no solo agrava el calentamiento global, sino que además afecta la salud pública y la estabilidad ecológica.
Según un estudio internacional publicado en ‘Reviews of Geophysics’, desde 1979 la duración de las temporadas de incendios creció en un 27%, y la cantidad de días con condiciones extremas de fuego ha crecido en un 54%, lo que demuestra que cada vez es más común que áreas de alta vegetación se vuelvan terreno fértil para el fuego. Particularmente en Chile, las lluvias inesperadas del invierno favorecieron el crecimiento de vegetación densa, la cual -al secarse-, puede convertirse en combustible durante el verano, aumentando significativamente el riesgo de incendios forestales.
Las devastadoras sequías y olas de calor han sido factores cruciales en el incremento de incendios en varias regiones. En Australia, por ejemplo, los “Black Summer” de 2019 y 2020 resultaron en la quema de un 23% de los bosques templados de Nueva Gales del Sur, lo que resalta cómo la intersección del clima extremo y la acumulación de material inflamable se transformaron en algo devastador. Este año, Canadá enfrentó una ola de calor sostenida que creó condiciones ideales para los siniestros, que afectaron la vida de 232.000 personas y arrasaron con un área de más de 180,000 kilómetros cuadrados. Todo esto pone de relieve la realidad de un futuro más incierto donde los incendios pasan a ser una lamentable norma.
Además, hay que considerar que la naturaleza de los incendios forestales varía significativamente entre ecosistemas. Aquellos que ocurren en regiones boreales, por ejemplo, son preocupantes no sólo por la contaminación que generan, sino también por su impacto duradero en la capacidad de suelos y vegetación para absorber carbono. Estos ecosistemas presentan un riesgo elevado de liberación de dióxido de carbono cuando se queman, ya que los bosques maduros tardan décadas o siglos en regenerarse. De hecho, los incendios en zonas boreales representan una amenaza muy real para los esfuerzos de mitigación del cambio climático.
Frente a estos desafíos, es prioritario que las empresas en Chile ofrezcan soluciones en sus estrategias y desde su gobernanza corporativa. Ad portas de una nueva temporada de verano y altas temperaturas, es fundamental implementar y reforzar medidas claras de prevención, como por ejemplo, adoptar tecnologías para monitorear cambios climáticos y establecer planes de respuesta ante emergencias. Estas acciones no solo son esenciales para proteger los activos y asegurar la continuidad del negocio, también son una oportunidad para demostrar responsabilidad social y liderazgo en la adaptación y lucha contra el cambio climático.
El cambio climático está reconfigurando la narrativa económica y ambiental a nivel global, e incrementar el compromiso con la sostenibilidad se vuelve más urgente. La evidencia muestra que la duración e intensidad de las temporadas de incendios se está incrementando, y además indica que estos eventos están predispuestos a volverse más destructivos. Sin inversión en la adaptación y resiliencia operacional, la economía local y nacional podría enfrentar serios reveses debido a la repercusión de siniestros más frecuentes y devastadores.
Chile necesita prepararse para un futuro donde los incendios forestales puedan amenazar aún más la calidad de vida. Es primordial que se realicen esfuerzos coordinados para abordar estos riesgos inminentes y se promuevan políticas que fortalezcan la resiliencia de comunidades y empresas ante tales desafíos. Con los patrones climáticos cambiando y las proyecciones que indican escenarios más severos, el tiempo de actuar es ahora.