Por Daniel Vercelli Baladrón, socio y Managing Partner de Manuia Consultora, director de empresas
Cada cuatro años, el mundo se detiene para observar a los mejores atletas competir en los Juegos Olímpicos. Estos eventos celebran la excelencia deportiva, el esfuerzo, la dedicación y la disciplina de hombres y mujeres que logran romper récords que parecían inalcanzables. Sin embargo, mientras admiramos estos logros deportivos, no podemos ignorar que, simultáneamente, nuestro planeta también está rompiendo récords, pero en una dirección mucho más preocupante.
En los últimos años, la temperatura promedio alcanzó niveles sin precedentes. 89 de los 100 días más calurosos han ocurrido entre 2023 y 2024. El 22 de julio pasado fue el día más caluroso registrado en el mundo, según un análisis global de la NASA. En paralelo, la temperatura de los océanos ha alcanzado niveles alarmantes, con el Atlántico Norte experimentando niveles sin precedentes en meses recientes.
Además, el Día del Sobregiro de la Tierra (Earth Overshoot Day) de 2024 se adelantó nuevamente, marcando el 1 de agosto como el día en que la humanidad habrá consumido todos los recursos que el planeta puede regenerar en un año, excediendo en un 74% la capacidad de los ecosistemas para regenerar los recursos naturales. Esta cifra negativa resalta la insostenibilidad de nuestras prácticas actuales y la urgente necesidad de un cambio.
La ironía es evidente: mientras celebramos las marcas superadas en el ámbito deportivo, simultáneamente estamos empujando hacia un punto de no retorno las marcas relacionadas a nuestro planeta. Los récords deportivos son símbolos del potencial humano, mientras que los récords medioambientales son advertencias y un reflejo de nuestras acciones y decisiones.
En los Juegos Olímpicos, aplaudimos a los atletas que superan sus marcas. Pero, como habitantes de este planeta, debemos reconocer que estamos sobrepasando límites en términos de impacto ambiental, y no de una manera positiva. Cada vez que se establece un nuevo hito de temperatura, es una señal de cómo estamos llevando a nuestro ecosistema hacia un estado de mayor vulnerabilidad.
Así como los atletas olímpicos se esfuerzan con disciplina y esfuerzo, también deberíamos adoptar una actitud similar hacia la protección de nuestro hábitat. Los récords medioambientales adversos no son inevitables; son el resultado de nuestras decisiones y acciones humanas colectivas. Al igual que en el deporte, donde cada esfuerzo cuenta, cada iniciativa que ayude a reducir nuestro impacto climático es crucial. Así como una décima de segundo o un milímetro puede hacer la diferencia entre una medalla de oro y volver con las manos vacías, una décima de grado de temperatura de la atmósfera planetaria puede hacer la diferencia entre ganar o perder algo mucho más importante que una medalla.
Mientras sigamos celebrando las increíbles hazañas de los atletas en los Juegos Olímpicos, no debemos perder de vista los efectos negativos que estamos estableciendo en términos de impacto ambiental. Es hora de que trabajemos juntos para cambiar esta narrativa, para que en el futuro podamos festejar no solo los récords deportivos, sino también los logros en la protección y preservación de nuestro planeta.