Por Andrea Ramos, vicepresidenta de Adaptación Climática de Kilimo
Imaginemos la siguiente situación: ¿Qué pasaría si la cuenca del río Maipo, que constituye la fuente primordial de agua potable de la Región Metropolitana, comenzara a secarse? A raíz de eso, ¿Qué ocurriría con la operación de las empresas si las autoridades decretaran horarios de cortes de agua para limitar el consumo hídrico?
Más allá de la contingencia, para cientos de empresas estos eventos significarían una pérdida de dinero real y un problema en términos económicos, logísticos y ambientales. Y lo preocupante es que no estamos tan lejos de experimentar un desafío de este tipo. Pese a que este año se han registrado lluvias mayores a las de períodos anteriores, los índices de sequía crecieron en los últimos quince años. Según cifras oficiales, el 72% de la superficie de Chile sufre algún grado de aridez. Es más, la cuenca del río Maipo figura entre las más estresadas en todo el mundo, atendiendo alrededor del 70% de la demanda actual de agua potable y con claras señales de sobreexplotación.
Son cada vez más las compañías que han tomado conciencia de este escenario y en los últimos años han implementado medidas relacionadas alcanzar el estatus de water positive o agua positiva, entendidas como regresar al medio ambiente más agua de la que se consume, especialmente en áreas donde la escasez es una realidad. Así, ser agua positiva hoy se ha convertido para muchos en una cuestión estructural del negocio para multinacionales como Microsoft, Coca Cola, Google, Facebook, Heineken, Levi Strauss y BP, entre otras.
Pero si queremos ser realmente efectivos, existe un actor fundamental en esta ecuación del que no podemos prescindir. Me refiero a la agricultura, porque para mover la aguja en cuanto a eficiencia en el uso del agua, necesitamos contar con la participación de un sector clave en proveer alimentos y materias primas. Entonces, en la práctica, lo que hay que hacer es generar puentes entre empresas y agricultura, acompañando al agricultor con tecnologías específicas de acuerdo a sus características.
Por ejemplo, para proteger zonas como la mencionada Cuenca del Maipo, si el agricultor tiene riego por inundación, hay que destinar los esfuerzos a la tecnificación, es decir, el aprovechamiento eficiente del agua a partir del uso adecuado de la tecnología. Si ya está tecnificado, se debe brindar tecnología de Inteligencia Artificial cuyo fin sea disminuir el uso de agua extraída de la cuenca. Así, ayudamos a que el recurso no se agote y generamos balance positivo que beneficie a las empresas comprometidas con estas metas agua positivas.
Gracias a la acción de poder unir puentes, creamos el incentivo que los agricultores necesitan, hacemos parte del proceso a las compañías y combatimos la sequía de manera efectiva. Por eso, para que las compañías chilenas puedan unirse a este gran propósito, se requiere un enfoque local que trabaje con proyectos únicos según las necesidades de cada zona y se conozcan a fondo las características de los agricultores. Sólo así obtendremos resultados concretos.
Por último, un importante factor es la visión de largo plazo. Si vamos a hablar de clima, tenemos que entender que para las empresas el compromiso debe ser constante y con planes que ojalá estén alineados con los objetivos medioambientales globales establecidos para 2030.
Hoy las empresas chilenas tienen la suerte de poder abrir la llave y usar el agua que necesitan para mantener su operatividad. No perdamos de vista que el riesgo sigue vigente y que mientras antes optemos por medidas de retribución al medio ambiente, más probable será sortear los desafíos hídricos con éxito y tomar un rol protagónico en el futuro regenerativo.