Por Felipe Sepúlveda Lepe, presidente del Directorio de Fundación Lepe
En un contexto global de creciente preocupación por la seguridad alimentaria y la salud del planeta, es esencial explorar enfoques que equilibren la producción de alimentos con la regeneración de la tierra. La agricultura moderna, en la búsqueda por satisfacer la demanda mundial, ha comprometido la calidad del suelo y reducido la biodiversidad. Un estudio de la ONU revela que hemos perdido aproximadamente el 75% de la diversidad genética agrícola en el último siglo, lo que subraya la necesidad urgente de prácticas más sostenibles.
Por otra parte, según la FAO, alrededor del 33% del suelo del planeta está degradado. Por lo tanto, prácticas que restauren la salud del suelo y fomenten la biodiversidad son cruciales no sólo para mitigar el cambio climático, sino también para mejorar la resiliencia de los sistemas agrícolas. Las prácticas de regeneración de la tierra, como la rotación de cultivos y la agroforestería o la ganadería regenerativa, pueden restaurar la fertilidad del suelo y aumentar su capacidad de retención de agua, lo que reduce la dependencia de insumos externos y mejora la resistencia a fenómenos climáticos extremos. Estos métodos también contribuyen a la captura de carbono y a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
En Fundación Lepe, hemos comprobado con alegría cómo las comunidades que apoya el programa Fondo Común Regenerativo, son una prueba viva de lo anterior y cómo podemos mejorar la salud del suelo: como una junta de vecinos de la localidad de Canto del Agua en Huasco, que en 2017 logró aumentar la superficie productiva de sus huertos a través del vermicompostaje y la incorporación de material de poda, mejorando la calidad de los suelos salinos de su territorio.
Otros casos de éxito por su aporte en términos de biodiversidad, se encuentra en La Araucanía, donde 3 científicas, junto a 10 huerteras lograron propagar 92 variedades de porotos, cultivadas en 3 mil metros cuadrados, aportando a la diversidad de porotos del sur, contribuyendo así a la seguridad alimentaria. También destaca por su aporte a la variedad de especies, la Cooperativa Semilla Austral, con su sistema de certificación de semillas agroecológicas, que promueve la calidad y diversidad de éstas, como otro aporte a poder asegurar alimentos para la alta demanda alimentaria de estos tiempos.
Un aspecto crucial es cómo estas prácticas pueden mejorar la seguridad alimentaria. Al diversificar los cultivos y fortalecer la salud del suelo, los sistemas de producción se vuelven más resilientes a los eventos climáticos extremos y a las enfermedades de los cultivos. Además, la adopción de técnicas de regeneración puede reducir los costos operativos al disminuir la necesidad de fertilizantes y pesticidas, y aumentar la productividad a largo plazo. Ejemplo de esto, es la Cooperativa La Manzana, que desde 2009 promueve una agricultura más sustentable, sin químicos y que se adjudicaron el año pasado el fondo concursable de Fundación Lepe, para fortalecer la producción de legumbres en La Araucanía y Los Ríos, con el fin de satisfacer la demanda de cerca de 1 tonelada que comercializan en 1 año.
Las iniciativas comunitarias son variadas, el desafío actual es garantizar que estos enfoques se adopten a gran escala. Las evidencias sugieren que la implementación generalizada de prácticas que promuevan la regeneración del suelo y la biodiversidad puede ser una solución viable para asegurar un suministro de alimentos suficiente y sostenible. Este cambio no solo beneficiará la productividad agrícola, sino que también contribuirá a un futuro más equitativo y ambientalmente estable.