Andrés Weinreich, gerente general de SunRoof
La energía está presente en cada aspecto de nuestras vidas, tanto que es imposible pensar en la sobrevivencia humana sin ella. Pese a esto, en la actualidad su producción enfrenta un complejo desafío: incluir a la mayor cantidad de seres humanos en su órbita de beneficios y hacerlo de la forma más sostenible posible.
Es ahí donde las energías renovables o limpias juegan un rol fundamental, permitiendo una transición justa e inclusiva en beneficio de las personas y el planeta. Sin embargo, los combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas) continúan liderando la mayor parte de la producción energética, pese a ser responsables de casi el 90% de todas las emisiones de dióxido de carbono en el mundo, lo que los convierte en los principales causantes del cambio climático.
Por eso es tan relevante el fomento que los distintos Estados, organizaciones y las empresas le damos a la generación de energías provenientes de fuentes renovables, como la solar, eólica, geotérmica y el hidrógeno verde.
No podemos pensar en el desarrollo sostenible sin la generación de energías renovables. Sin ir más lejos, en la reciente Conferencia de las Partes (COP) 28, más de 130 países acordaron que la única ruta posible para disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y cumplir con el acuerdo de París es el abandono de los combustibles fósiles. Incluso, en el Balance de este encuentro se hizo un llamado hacia una transición energética usando más energías limpias y alejándose de los combustibles fósiles.
Pero para que podamos efectivamente celebrar el Día Internacional de las Energías Limpias o podamos cumplir con el acuerdo de la COP de diciembre pasado, es necesario contar con un compromiso serio en la materia, donde tanto el Estado (con políticas públicas que habiliten los desarrollos), como la academia (con investigación) y los privados (con el desarrollo de soluciones e invirtiendo en ellas) posibilitemos la descarbonización de nuestra matriz energética.
Chile es un país privilegiado para el desarrollo de renovables, y mucho se ha avanzado en la materia: contamos con un Plan de Descarbonización y una Agenda de Energía a 2026 que buscan robustecer el desarrollo de energías limpias, así como la implementación de subsidios y pilotos que nos permiten innovar en nuevas tecnologías que posibiliten la generación de ERNC y un acceso más amplio a ellas. Pero aún es posible hacer más.
Un ejemplo de ello: en el norte del país, literalmente, se está vertiendo la energía solar producida, ya que su generación sobrepasa las necesidades de consumo de esa zona y el sistema es incapaz de transportar ese excedente en las líneas de transmisión existentes, situación que ha llevado a muchas compañías a migrar hacia el centro y sur del país para no seguir perdiendo su producción.
Pese a ello, en las indicaciones al esperado proyecto de Transición Energética, que se presentaron el pasado lunes 12 de enero, aún no se presentan las soluciones necesarias en materia de almacenamiento, lo que nos podría dejar con un sistema que no albergue las necesidades reales del sector y del consumo del país.
No podemos acelerar la transición energética si, en el proceso, perdemos energía. Desde el Estado y el sector privado, debemos ser capaces de encontrar soluciones eficientes y rápidas a los desafíos que enfrentamos como sociedad y actuar con verdadero sentido de urgencia en esta materia.
No pensar en las necesidades reales de almacenamiento en el mediano plazo de la industria es un lujo que, en este momento de la crisis climática, no podemos permitir.
A pocos días de haber celebrado el Día Internacional de las Energías Limpias y en un año clave para impulsarlas con mayor fuerza, quiero hacer un llamado para que todos -Estado, privados, academia y sociedad civil- avancemos juntos en acuerdos que posibiliten una transición energética justa, pronta, para todos y con visión de futuro.