Daniel Vercelli Baladrón, socio y Managing Partner de Manuia, director de empresas
Nos encontramos en época de proyecciones de lo que será 2024 y en este contexto, Blackrock, la mayor empresa de gestión de activos del mundo, identificó la transición hacia una economía baja en carbono como una de las “megafuerzas” clave que impulsarán grandes oportunidades de inversión durante los próximos meses.
Según la firma, se destinarán fondos millonarios a las energías limpias, el almacenamiento, la electrificación y todo lo que tenga que ver con soluciones de descarbonización, resiliencia climática y reconstrucción de los daños ocasionados por la crisis medioambiental. Es más, la inyección de capital en el sistema energético mundial podría duplicarse hasta alcanzar los 4 billones de dólares anuales en 2050, impulsada por la adopción de fuentes de energía bajas en carbono.
Mucho se ha hablado de las oportunidades que enfrentamos ante la imparable, inevitable y urgente necesidad de cambiar la forma en que producimos energía a nivel global. Si nos enfocamos en Chile y su pasado, vemos que nuestro país cuenta con una amplia historia de importación de energía como petróleo, gas, etc., la que está sujeta a las fluctuaciones de los mercados internacionales y a conflictos geopolíticos, como por ejemplo, el que se vivió hace algunos años con Argentina y el corte de suministro de gas.
Pero como contraparte positiva, mirando hacia el futuro, contamos con las condiciones geográficas favorables para la generación de energía solar y eólica, y con potencial para producir combustibles a partir del hidrógeno verde, lo que se alinea con la necesidad y demanda mundial de estas fuentes energéticas. Según Blackrock Investment Institute, para el 2050 la demanda global se habrá incrementado en 2.5 veces, con una generación que podría ser 90% baja en carbono o renovable.
Además de estos dos elementos ya conocidos, podemos agregar dos nuevos: Al fenómeno de la electrificación global y el aumento observado en los últimos años de la demanda de energías renovables, se suma la declaración de los estados en la reciente COP 28 de triplicar su uso en esta década. Por otra parte, recordemos que el sector financiero tiene un progresivo interés de invertir en este rubro, lo que no hace más que fortalecer la oportunidad histórica para Chile, que puede transformarse en líder en la exportación de energía de fuentes renovables.
Como si fuera poco, según un estudio de la Agencia Internacional de la Energía (IEA) realizado en 2022, la demanda de cobre podría crecer entre 2 y 3 veces para el año 2030, debido al rol de este mineral en la electrificación general. También sabemos lo que ocurrirá con el litio y su rol clave en el almacenamiento de la energía.
Hay varios factores que juegan a favor para el país. Y así como el salitre fue “el as” de la baraja como oportunidad de desarrollo hace más de un siglo, hoy tenemos en frente cuatro ases: las energías renovables, el potencial de los combustibles bajos en carbono provenientes del hidrógeno verde, el cobre y el litio. El desafío ahora es trabajar enfocadamente para asegurar que estas oportunidades se aprovechen y se capitalicen de forma sustentable y rápida, antes de que se desvanezcan o que las tomen otros. La necesidad de dar una nueva cara al sistema energético mundial y descarbonizar la matriz es una fuerza impulsora que a los chilenos debería permitirnos proyectar el futuro a corto, mediano y largo plazo.