Impactos de la crisis climática en diversos aspectos, como la salud humana, hacen urgente que países altamente vulnerables, como Chile, establezcan la obligación del Estado de implementar medidas de mitigación y adaptación frente al cambio climático, indicaron desde WWF Chile.
“El cambio climático ya repercute en diversos aspectos de la vida humana y la salud no es ajena a estos impactos, en específico en este caso la salud respiratoria”, indica Ricardo Bosshard, director de WWF Chile, en relación al último boletín de la Organización Mundial Meteorológica (WMO, por sus siglas en inglés). Presentado en el contexto del Día Internacional del Aire Limpio para un Cielo Azul (7 de septiembre), coloca el foco sobre las olas de calor, apuntando a que no solo las altas temperaturas constituyen un peligro, sino que también los efectos de la contaminación que generan, por ejemplo, los incendios forestales y la erosión. Un punto igual de dañino, pero que suele pasarse por alto.
Según destaca la WMO, el cambio climático está aumentando la intensidad y la frecuencia de las olas de calor. Este calor extremo, agravado por los incendios forestales y el polvo del desierto, como ha ocurrido en Europa, está teniendo un impacto mensurable en la calidad del aire, la salud humana y el medio ambiente.
“Este reporte nos recuerda que el clima y la calidad del aire están interconectados, algo que debe ser considerado por los tomadores de decisión, en las políticas públicas y también, esperamos, en la Constitución. Tal como lo presenta el anteproyecto de la Comisión de Expertos en su artículo 206, creemos que debe quedar establecida la obligación del Estado a implementar medidas de mitigación y adaptación frente al cambio climático. Sabemos que Chile es altamente vulnerable a los impactos de la crisis climática, por tanto, es necesario que el país incorpore esta condición a nivel constitucional, porque necesitamos todas las herramientas posibles para adaptarnos a las nuevas condiciones”, señala Bosshard.
Lo anterior, además, considerando que la polución tampoco es un tema menor en lo local. En abril pasado, un estudio de Lancet Countdown Sudamérica colocó a Chile como el país de la región con la mayor tasa de mortalidad prematura atribuible a la exposición sistemática a la contaminación del aire, con 240 muertes por millón de habitantes. Asimismo, algunas estimaciones plantean que ésta produce costos anuales de al menos US$670 millones para el sector salud y cerca de 130 mil consultas médicas de emergencia.
“Por otro lado, a nivel global, más de un 55% de la población reside en zonas urbanas, lo que en Chile alcanza casi el 88%, un dato que también debe preocuparnos porque las ciudades se ven fuertemente afectadas por el aumento de las temperaturas y la contaminación del aire, debido, entre otras cosas, al fenómeno de la isla de calor urbana y a la concentración de las actividades industriales, el transporte y el uso de la energía y sus emisiones en estas zonas”, comenta Bosshard.
Círculo vicioso
El boletín de la WMO destaca que cada vez hay más consenso científico en que las olas de calor aumentarán el riesgo y la gravedad de los incendios forestales, un aspecto crítico en términos de contaminación.
“Las olas de calor y los incendios forestales están estrechamente relacionados. El humo de los incendios forestales contiene una mezcla de sustancias químicas que no sólo afectan a la calidad del aire y a la salud, sino que también dañan las plantas, los ecosistemas y los cultivos, y provocan más emisiones de carbono y, por tanto, más gases de efecto invernadero en la atmósfera”, afirma Lorenzo Labrador, funcionario científico de la WMO en el Departamento de Atmósfera Global.
En específico, la calidad del aire y el clima están interconectados porque las sustancias responsables del cambio climático y de la degradación de la calidad del aire suelen ser emitidas por las mismas fuentes, y porque los cambios en uno provocan inevitablemente cambios en el otro. Por ejemplo, como detalla la WMO, la combustión de combustibles fósiles emite a la atmósfera dióxido de carbono (CO2) y óxido de nitrógeno (NO), que pueden provocar la formación de ozono y aerosoles de nitrato. Del mismo modo, algunas actividades agrícolas son fuentes importantes del gas de efecto invernadero metano y también emiten amoníaco, que luego forma aerosoles de amonio que repercuten negativamente en la calidad del aire.
Los contaminantes incluyen gases reactivos de vida corta, como los óxidos de nitrógeno y los compuestos orgánicos volátiles biogénicos, que conducen a la producción de ozono -un gas traza que es a la vez un contaminante atmosférico común y un gas de efecto invernadero- y partículas (PM) -una amplia gama de partículas diminutas a menudo llamadas aerosoles suspendidas en la atmósfera, que perjudican la salud humana-.
A su vez, la calidad del aire afecta a la salud de los ecosistemas, ya que contaminantes atmosféricos como el nitrógeno, el azufre y el ozono son absorbidos por las plantas, perjudicando al medio ambiente y reduciendo el rendimiento de los cultivos.
Islas de calor
Las zonas urbanas suelen estar formadas por edificios e infraestructuras que alcanzan alturas de 100 metros o más, lo que influye en los patrones de viento y temperatura en comparación con las zonas rurales circundantes. Este efecto suele denominarse isla urbana de calor. La magnitud de las diferencias varía en función de muchos factores, pero puede alcanzar hasta 9°C por la noche.
Este efecto se combina con el cambio climático y tiene muchas repercusiones, entre ellas un estrés térmico adicional por la noche, que de otro modo sería un momento de recuperación de las temperaturas diurnas.
Esto es importante porque gran parte de la población vive y/o trabaja en ciudades, y la exposición a altas temperaturas puede aumentar la morbilidad y la mortalidad, especialmente durante las olas de calor y por la noche.
Observaciones del tipo sugerido por el boletín de la WMO se recogieron recientemente en São Paulo, Brasil: tanto las mediciones de temperatura como las de CO2 en dos parques indicaron que el efecto de isla de calor urbano se reduce, y las emisiones de CO2 se mitigan en parte, al incorporar más espacios verdes dentro de las ciudades, lo que apunta a los beneficios de las soluciones basadas en la naturaleza para el cambio climático.