André Laroze, PhD en Recursos Forestales, CEO de PEFC Chile
Un uso sostenible del suelo es aquel en que el nivel de desarrollo alcanzado en las tres dimensiones de la sostenibilidad -ambiental, social y económica- se mantiene en el tiempo. Desde esta perspectiva, existen varias alternativas de uso de un suelo que son sostenibles. Por ejemplo, un suelo abandonado puede mantener indefinidamente en 0 (cero) su nivel de aporte socioeconómico, manteniendo también el nivel ambiental alcanzado en biodiversidad; pero no es un uso racional.
Un uso racional y sostenible del suelo es aquel que, cumpliendo con la triada de la sostenibilidad, alcanza el mayor nivel de desarrollo socioeconómico posible en un determinado momento histórico. La agricultura es la expresión, desde tiempos inmemoriales, del interés de la sociedad por el uso racional del suelo, el que se logra mediante cambios en los cultivos como respuesta a nuevas especies, tecnologías o condiciones climáticas; pero no todo cambio de uso es sostenible.
Un cambio de uso sostenible del suelo es aquel que genera un mayor nivel permanente en al menos una de las tres dimensiones de la sostenibilidad, sin afectar negativamente el nivel de las otras dos dimensiones. Por ejemplo, la introducción de mejores prácticas ambientales es un cambio de uso sostenible; pero no lo es un cambio de cultivo que genera un mayor nivel económico si a la vez perjudica el nivel ambiental, como lo sería un nuevo cultivo que aplica un pesticida de bajo costo pero muy contaminante.
En el caso de un terreno forestal, no es sostenible la conversión de un bosque nativo a un cultivo agrícola o ganadero, por deforestación, ya que si bien genera mayores beneficios económicos y también muchos productos que satisfacen necesidades básicas de la población, es un cambio que altera negativamente la provisión de servicios ecosistémicos necesarios para mantener la vida. Un ejemplo clásico es la Isla Mocha, Provincia de Arauco, donde sus habitantes aprendieron que es necesario mantener una cierta proporción de superficie boscosa permanente para regular el abastecimiento de agua en verano.
Ahora, si usted está frente a un terreno de aptitud preferentemente forestal que está deforestado, bajo un uso ganadero marginal que genera erosión y sus consecuencias negativas sobre los servicios ecosistémicos, o ya abandonado con pastizales que no capturan CO2, es muy probable que su inclinación natural sea la de reforestar ese terreno, por cuanto sería cambiar a un uso sostenible. Afortunadamente, esa también ha sido la inclinación de todas las políticas de fomento forestal desde la Ley de Bosques de 1931.
Se ha fomentado la forestación de terrenos de aptitud preferentemente forestal, principalmente cerros sin cobertura boscosa, porque es un cambio de uso que aporta al desarrollo en las tres dimensiones de la sostenibilidad, en comparación con su línea de base, pues eleva el nivel socioeconómico derivado de su uso productivo para abastecer la industria de la madera y celulosa, y eleva el nivel ambiental ya que protege mejor el suelo y disminuye la presión de cosecha sobre los bosques nativos.
El cambio a un uso racional y sostenible de los terrenos deforestados radica entonces en la selección de las especies a plantar por parte de los propietarios, quienes para maximizar su renta se integran a las cadenas de suministro de los múltiples productos forestales que la sociedad requiere para en su vida cotidiana. Mire a su alrededor.
Las 2,3 millones de hectáreas de bosques plantados de pino y eucaliptos son consecuencia lógica de la necesidad del país de crear un recurso natural renovable que aportara a su desarrollo; son el uso racional de los suelos deforestados, en cuanto son la realidad efectiva resultante de decenios de un significativo esfuerzo colectivo para plantarlos y manejarlos, y son sostenibles en cuanto está empíricamente comprobado que han tenido continuidad en el tiempo por varias rotaciones.