Sonia Reyes Packe, Seremi del Medio Ambiente RM
Desde hace un tiempo ha crecido la procupación global por los impactos de la industria de la moda. Según cifras del Ministerio del Medio Ambiente, en los últimos 20 años Chile se ha convertido en el país de América Latina que consume más ropa por persona, aumentando la compra de vestuario en un 233% en ese periodo. El año 2015, un chileno/chilena compraba en promedio 13 prendas, pasando a 50 en el 2020, y al mismo tiempo se incrementó la generación de residuos textiles, llegando a 572.118,9 toneladas anuales.
De acuerdo a cifras de la CEPAL, somos el cuarto país del mundo que importa más textiles usados. Sólo en el año 2021 se importaron 156 mil toneladas de ropa usada o sin usar, de las cuales cerca del 60% terminó en vertederos ilegales y en el desierto de Atacama. En las afueras de Alto Hospicio se acumulan enormes extensiones de ropa descartada, que ingresa a Chile a través del puerto de Iquique pero nunca llega a las tiendas, sino que va a engrosar esos gigantescos vertederos ilegales.
A nivel global, la ONU ha calificado a la industria de la moda como la segunda más contaminante, porque la confección de ropa y calzado es responsable del 20% de las aguas residuales y del 10% de las emisiones globales de Gases de Efecto Invernadero (GEI), cifras que superan al transporte marítimo y los vuelos internacionales combinados. La producción de los textiles -desde el cultivo hasta los procesos de teñido y acabado- requiere más de 1.900 tipos de productos químicos, de los cuales casi el 8% han sido etiquetado como peligrosos para la salud humana y del medio ambiente. Además, esta industria consume muchos recursos naturales, por ejemplo, la producción de una camiseta de algodón consume 2.700 litros de agua, cantidad suficiente para satisfacer las necesidades hídricas de una persona durante 2,5 años. Y esto no es todo, el polyester y otros textiles sintéticos liberan partículas de plástico que constituyen entre el 16 y el 35% de los microplásticos globales que llegan a los océanos.
Por estas razones, hace unas semanas y con la participación de diversos actores de la industria textil, incluyendo el sector público, privado, y la sociedad civil, el Ministerio del Medio Ambiente creó el Comité Estratégico que apoyará el proceso de elaboración de la “Estrategia de Economía Circular para Textiles”, la cual entregará los lineamientos para normar la producción, importación y consumo de los textiles. Esto en el marco de la Hoja de Ruta para un Chile Circular al 2040, instrumento de política pública que orienta la transición del país hacia un modelo de desarrollo que pone el énfasis en el uso eficiente y sostenible de los recursos y una transformación radical en los patrones de consumo para disminuir la generación de desechos.
Hoy más que nunca debemos erradicar el concepto del fast fashion, o moda rápida, que vive en función de las tendencias y una necesidad inventada de innovación, porque esto no solo contribuye a poner en el mercado millones de prendas que finalmente se desechan, sino que sostiene una industria de productos de baja calidad, con condiciones laborales precarias y con altos grados de contaminación y consumo de recursos naturales.
La industria de la moda es actualmente el perfecto ejemplo de un circuito de economía lineal, que consigue el crecimiento económico mediante la promoción constante del consumo, para lo cual establece la obsolescencia programada, que consiste en acortar la vida útil de sus productos con el fin de obligar a los consumidores a una nueva compra, incentivando así la producción y el consumo de manera infinita. El estudio publicado en 2021 por Alexandra Vinlove cita el caso de una empresa global de fast fashion, que lanza entre 600 y 900 estilos nuevos cada semana, con un 80% de prendas que se elaboran localmente con procesos productivos que demoran alrededor de dos semanas; el stock se agota aproximadamente, en 15 días y comienza un nuevo ciclo de producción. Así, el CEO de la marca dice que: “se ha transformado la moda rápida en ultra-rápida”.
Se ha calculado que la falta de sistemas de reciclaje y reutilización de desechos textiles y ropa usada significa una pérdida global de más de 500 billones de dólares cada año. Esta cifra incluye a las prendas que los usuarios desechan y también aquellas que las marcas no logran vender, las cuales generalmente terminan en vertederos ilegales o se incineran. Así, en 2019 se informó que 3 de cada 5 prendas de fast fashion terminaron en vertederos (Clean Clothes Campaign, 2019). Si bien no tenemos cifras para Chile la situación no es muy distinta, dados los niveles de acumulación de ropa desechada en vertederos ilegales y en microbasurales.
De acuerdo a un estudio realizado por la Asociación Europea de la industria del Reciclaje (EuRIC), el impacto ambiental de la reutilización de textiles es 70 veces menor que la producción de ropa nueva. El informe señala que se ahorran 3 kilos de CO2 por cada prenda de calidad alta/media que se reutiliza y se necesita solo 0,01% del agua requerida para producir ropa nueva.
Darles otra vida a nuestras prendas para que no se queden olvidadas en el armario o terminen en la basura es la nueva mirada que como ciudadanos debemos adoptar sino queremos llenarnos de residuos o peor aún, seguir utilizando indiscriminadamente los pocos recursos naturales que aún quedan en el planeta todo por querer mantenernos a la moda.
La moda rápida no es sólo un problema de producción, es también un problema de consumo. No es suficiente con apuntar a la producción textil y de calzado, mejorar los procesos, reducir los contaminantes, mejorar los salarios y las condiciones de trabajo. Todo eso es necesario, pero además debemos cambiar nuestros patrones de consumo: comprar menos productos, cuidarlos para alargar su vida útil, reutilizar las prendas, preferir productos durables, de primera o segunda mano, y simplemente dejar de seguir modas efímeras que alimentan los enormes vertederos ilegales a cielo abierto en nuestro país y en todo el mundo. En la actualidad hay un creciente número de diseñadoras, pequeñas empresarias, artesanas y creadoras que se dedican a reparar y rediseñar ropa en desuso, dándole una nueva vida a las prendas con un sello personalizado alejado de la producción en serie y mucho mas responsable con el medioambiente.