Daniel Vercelli Baladrón, socio y Managing Partner de Manuia, director de empresas.
¿Qué haríamos si supiéramos que tenemos que bajar el colesterol porque estamos en riesgo de alguna enfermedad cardiaca? ¿O si nos dijeran que tenemos que reparar el techo de nuestra casa porque a la primera lluvia se va a filtrar y se puede caer una parte? ¿O cuando nos advierten de que es tiempo de cambiar las pastillas de freno del auto? Lo más lógico es reaccionar rápidamente y cumplir con cada objetivo. Esta misma premisa podríamos aplicar en materia de crisis climática y las acciones necesarias para detenerla, pero lamentablemente, no todos los países, empresas e individuos están respondiendo con la urgencia que se necesita.
El mes pasado, científicos anunciaron que la temperatura global media superaría el límite de 1,5°C por primera vez en los próximos cinco años. Para medir el caso a caso y tener un panorama más exacto se utilizó la herramienta Climate Action Tracker, un portal que rastrea 39 países y la Unión Europea, cubriendo el 85% de las emisiones globales.
De la muestra, sólo Reino Unido y Noruega tienen compromisos compatibles con mantener el aumento de temperatura por debajo de 1,5°C, aunque ninguna de estas dos naciones va rumbo a cumplir sus promesas de reducción de emisiones. En América Latina, sólo Chile, México y Perú se encaminan a cumplir sus compromisos, pero tampoco estos serán suficientes para mantenerse en el límite de 1,5°C.
La pregunta que cabe ahora es por qué, pese a este grave diagnóstico, no se está avanzando lo rápido que debería. Y creo que esto tiene que ver con que muchos aún ven el crecimiento económico como un elemento opuesto al cuidado del medioambiente, como un trade off entre ambos, cuando el nuevo paradigma que emerge más y más claramente cada vez es que se pueden ambas cosas, y que el crecimiento es más sostenible en el tiempo si es responsable con el medioambiente.
De hecho, si en 2009 el carbón seguía siendo una opción atractiva para los países que buscaban una energía asequible debido a su menor costo, este panorama cambió desde 2020, donde la energía eólica y solar resultaron las más económicas. Incluso en algunos mercados, las nuevas instalaciones de capital intensivo son más baratas que las centrales de carbón existentes.
Tan importante es la relación positiva que podemos equilibrar entre rentabilidad económica y responsabilidad medioambiental, que el cambio climático y la recuperación económica serán algunos de los temas centrales en la agenda de la próxima asamblea anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) que se celebrará en octubre en la ciudad marroquí de Marrakech. Uno de los objetivos del encuentro será profundizar en los beneficios del crecimiento verde y cómo la tendencia muestra que los países pueden reducir sus emisiones al tiempo que aumentan su PIB.
Entonces, ¿Cómo hacemos para acelerar los cambios? Es clave conocer, sensibilizar, entender los impactos, visibilizar las opciones que contribuyen a las soluciones, evaluarlas, implementar aquellas que estén al alcance de la mano, e invertir en las que faltan por desarrollar. Pero ¿Es suficiente?, por supuesto que no, porque también los estados deben proveer los incentivos y marcos necesarios para que las medidas se concreten. Estamos contra el tiempo, por lo que lo más óptimo hoy es avanzar en paralelo con el ámbito privado y el estatal/regulatorio. Dependemos de ello.