Anastasia Gutkevich, cofundadora y CEO de Bifidice
Por cada 10 fundadores de startups del área tecnológica, apenas 1 es mujer. Así de categórico es el estudio elaborado por la consultora Boston Consulting Group, que sitúa en 13% la presencia femenina en emprendimientos y empresas en todo el mundo en el rol de fundadoras. Dentro de estos equipos, el 10% incluye tanto a hombres como a mujeres, y sólo el 3% de las empresas está formada exclusivamente por mujeres.
El acceso a financiamiento también está marcado por los hombres. En 2021, la inversión mundial en venture capital en Latinoamérica se acercó a los US $20.000 millones, cuadruplicando la del año anterior. Pero cuando analizamos las cifras, vemos que tan sólo un 2% de estos fondos fueron destinados a startups latinoamericanas lideradas por mujeres, de acuerdo a los datos de Crunchbase.
Pese a los avances y las distintas iniciativas que se están realizando para aumentar la presencia de mujeres en el ámbito laboral, su participación en el ecosistema startup es bajísima, factor de especial preocupación si consideramos el aporte que este tipo de empresas realiza en la economía, en el impulso de la innovación y el emprendimiento, en la generación de empleo y crecimiento económico y en las oportunidades de internacionalización.
Las preguntas que todos quienes formamos parte de este mundo deberíamos plantearnos es ¿Qué ocurre? ¿Por qué somos tan pocas? ¿Qué nos falta para que la participación femenina sea más notoria? Estoy segura de que no se trata de un tema de capacidades, porque las mujeres hemos demostrado a lo largo de la historia que contamos con las herramientas necesarias para emprender y liderar negocios haciendo uso de habilidades que nos hacen únicas y que, gracias al trabajo en equipo, pueden complementarse con aquellas que poseen los hombres.
Creo más bien que el tema de fondo son las oportunidades. Las diferencias en el acceso a carreras de ciencia y tecnología se observan desde la infancia. En Chile sólo cerca del 16% de los centros de investigación son liderados por mujeres y la participación universitaria femenina en carreras tecnológicas bordea el 20% de acuerdo a datos gubernamentales. Si desde que somos jóvenes no elegimos estas carreras no es necesariamente porque no nos gusten. La razón es muy simple: No están en nuestra radar porque hasta hace poco tiempo no se fomentaba que las niñas se dedicaran a estos rubros.
De aquí en adelante, las brechas continúan. Asimetrías en el conocimiento científico y tecnológico desincentivan a emprender, la falta de información o discriminación para acceder al financiamiento privado impide que startups de mujeres logren pasar el conocido ‘valle de la muerte’. Incluso el mercado está lleno de prejuicios, con la falsa idea de que los emprendimientos liderados por nosotras son menos rentables y cuentan con menos redes de apoyo para subsistir y garantizar seguridad a los inversionistas.
Tenemos muchísimo trabajo por hacer para acortar estas diferencias. De manera individual, podemos trabajar en la autoconfianza y también apoyarnos entre nosotras para que surjan más mujeres emprendedoras. Los gobiernos tienen una tarea importante en marcar la pauta educativa inclusiva desde la niñez. Las empresas deben fortalecer sus políticas de diversidad e inclusión para generar empleos en todo tipo de áreas sin que importe el género. El World Economic Forum dice que para el año 2030, 77% de los trabajos requerirán habilidades relacionadas con la tecnología, la ciencia y la innovación. De todos nosotros depende que la brecha no siga expandiéndose.