El estudio analizó sequías e inundaciones extremas en todo el mundo, concentrándose en 45 casos que experimentaron dos desastres del mismo tipo en el mismo lugar, separados por varios años. Cuando el segundo evento fue de mucha mayor magnitud el aprendizaje que dejo el primero fue insuficiente para poder superarlo con éxito.
Los eventos extremos sin precedentes, es decir aquéllos tan severos que las sociedades no han experimentado nada parecido antes, constituyen un desafío importante para los intentos de un manejo preventivo ante este tipo de amenazas. Así lo advierte un estudio internacional que publicó este mes Nature y en el que participaron 92 investigadores de todo el mundo, incluyendo un equipo de la Universidad de La Frontera.
El trabajo científico analizó eventos de sequías e inundaciones extremas en todo el mundo, concentrándose en 45 “casos pareados”, es decir, que experimentaron dos desastres en el mismo lugar, pero separados por varios años (16 en promedio), para averiguar si las sociedades lograron estar mejor preparadas para el segundo evento que para el primero.
La investigación reveló que, a nivel global, la implementación de estrategias de gestión de riesgos en la gran mayoría de los casos disminuyó los impactos ocasionados por las inundaciones y sequías la segunda vez que se presentó el evento extremo. Sin embargo, cuando el segundo evento fue significativamente más peligroso que el primero los impactos en la comunidad fueron casi siempre mayores. En todos estos últimos casos, medidas destinadas solo a la reducción de la vulnerabilidad de las zonas bajo riesgo de inundación o la construcción de embalses para mitigar los efectos de la seguía no fueron suficientes para disminuir los impactos. De esta forma, este estudio revela la importancia de reducir tanto la amenaza, la exposición y el riesgo para alcanzar una disminución efectiva de los impactos de un evento extremo sin precedentes, a diferencia de estudios previos que identificaban la reducción de vulnerabilidad como el único factor clave para lograr esta reducción de riego.
Por ejemplo, Ciudad del Cabo, Sudáfrica, sufrió una grave sequía entre 2003 y 2004. En años posteriores, la ciudad instaló una nueva represa en un río cercano para almacenar más lluvia invernal e implementó otras estrategias para lidiar con la escasez de agua en el futuro, como restricciones en el uso del recurso y campañas de información pública. Sin embargo, cuando en 2015-2017 se produjo otra sequía, más de una década después de la primera, el evento fue mucho más extremo que el primero, tan extremo que las medidas que se habían tomado no fueron suficientes para reducir los impactos de esta nueva sequía.
Las lluvias extremas también constituyen un fuerte desafío para la gestión preventiva del riego de inundaciones. Así lo demuestran los 43 milímetros de agua que se acumularon durante una noche en la ciudad sueca de Malmö en 2014, los que dieron paso a una inundación que colapsó los sistemas de alcantarillado de la ciudad, a pesar de los intentos de preparación adaptados después de una inundación el año 2010, pero menos severa.
La dificultad observada para gestionar exitosamente eventos extremos sin precedentes es alarmante, dado que se proyectan eventos hidrológicos más extremos debido al cambio climático, reconoce el Dr. Zambrano-Bigiarini, académico del Departamento de Ingeniería en Obras Civiles de la Facultad de Ingeniería y Ciencias de la UFRO, quien fue uno de los dos investigadores a cargo del estudio en Chile.
Cuenta que este trabajo fue producto de una colaboración con una red de investigadores líderes a nivel mundial en el tema de la sequía. “Nos invitaron a participar en 2018 durante una conferencia europea sobre Ciencias de La Tierra (EGU 2018)”.
Caso chileno
El Dr. Zambrano-Bigiarini en conjunto con la Dra. Camila Álvarez-Garretón ofrecieron Chile como un caso de estudio, para comparar los impactos de la sequía de 1998, que se tradujo en un importante racionamiento eléctrico y cortes de agua potable en Chile Centro-Sur, con los impactos de la sequía del año 2013, que hasta la fecha de inicio de este estudio era la de mayor severidad dentro la gran megasequía que afecta al país desde fines de la década del 2000. Debido a la baja disponibilidad de datos de impacto de sequías a nivel nacional, el análisis del caso chileno se concentró en la región del Maule. “Dentro de las medidas no estructurales tomadas por el país para reducir los impactos de sequías, vale la pena mencionar la firma del Marco de Acción de Hyogo en 2005, la definición de zonas de emergencia agrícola en 2009 y de zonas de escasez hídrica en 2012. En términos de medidas estructurales, la capacidad de los embalses aumentó levemente, desde 4.000 Mm3 en 1998 a ~4.500 Mm3 en 2013”, detalla.
Con el fin de aliviar el riesgo de sequía y responder a la creciente demanda, la matriz de generación de energía se amplió significativamente entre dichos años. En 1998, la generación eléctrica dependía en un 61% y 39% de centrales hidroeléctricas y combustibles fósiles, respectivamente. En 2013, estos porcentajes se invirtieron. “Si bien esta evolución parece estar en línea con los desafíos de enfrentar las proyecciones de sequía para el siglo XXI en Chile, esta expansión fue a expensas de incrementar la generación de energía a partir de combustibles fósiles. Afortunadamente eso está cambiando en estos últimos años. Es decir, en Chile el evento del 98 produjo un aprendizaje importante, pues en el evento del 2013 tuvimos menos impacto en el sector eléctrico, pero un mayor impacto en el sector agrícola”.
“Como la principal universidad estatal de regiones, buscamos con este proyecto seguir impulsando el aporte que desde las ciencias y la investigación podemos entregarle a nuestra sociedad. En este caso, aportar a un mejor conocimiento de la prevención y manejo de desastres extremos potenciados por el cambio climático”, detalló el Vicerrector de Investigación y Postgrado de UFRO, Dr. Rodrigo Navia.
Factores de éxito
Solo se identificaron dos estudios de casos en los que se redujo el impacto a pesar de un aumento de la peligrosidad del evento. La clave fueron tres factores de éxito: (1) cambios institucionales y una mejor gobernanza del agua, en particular sobre gestión de riesgos y emergencias, incluida la colaboración transnacional, como ocurrió en el caso del río Danubio en 2018; (2) alta inversión en medidas estructurales y no estructurales; y (3) una mejora sustancial en los sistemas de alerta temprana y de respuesta ante emergencias, como ocurrió en Barcelona en el año 2013.
Los resultados muestran que existe potencial para una aplicación más universal de los factores de éxito anteriores, para contrarrestar la tendencia actual de aumento de los impactos asociados a eventos extremos intensificados por el cambio climático. Estos factores también pueden ser efectivos en la gestión de eventos extremos sin precedentes, siempre que se implementen de manera proactiva.