Leonardo Curotto, gerente de Desarrollo de Proyectos de Arrigoni Ambiental
Cerramos el 2021 con la COP26 para el Pacto Climático de Glasgow y la pregunta es si tenemos suficiente conciencia respecto a lo crucial que fue la cita. La ciencia ha planteado una última oportunidad para cambiar la tendencia al alza de la acumulación de gases de efecto invernadero y contener, de alguna manera, las consecuencias del fenómeno sobre la biodiversidad y ecosistemas. ¿Será posible mantener la temperatura del planeta por debajo de los 2º C o 1,5 º C para finales de siglo? ¿Qué medidas podemos adoptar para ser un aporte y conseguir el objetivo?
Nuestro país se considera altamente vulnerable frente al cambio climático. Contamos con áreas de borde costero de baja altura, áreas áridas, semiáridas de bosques, susceptibilidad a desastres naturales, áreas propensas a sequía y desertificación, zonas urbanas con problemas de contaminación atmosférica y ecosistemas montañosos como las cordilleras de la Costa y de los Andes. Por lo demás, las principales actividades socioeconómicas del país dependen del clima, sobre todo de la disponibilidad hídrica. Algo particularmente preocupante: Chile vive la sequía más compleja del último tiempo.
A grandes rasgos, cerca de un 74% de las emisiones de gases de efecto invernadero proviene de la generación de energía, porcentaje del cual aproximadamente un cuarto de las emisiones corresponde directamente a la producción industrial de materias primas; 18% se asocia a agricultura, actividad forestal y cambio de usos de los suelos; 5% a la producción de cemento y sustancias química y 3% a la disposición y tratamiento de los residuos generados en la cadena productiva y por nuestra forma de consumo y descarte.
Según el Ministerio del Medio Ambiente, 20 millones de toneladas de residuos terminan anualmente en rellenos sanitarios, vertederos o rellenos de seguridad. Se calcula que un 3% de estos residuos corresponde a desechos peligrosos. El cumplimiento gradual de la Ley REP (Responsabilidad Extendida al Productor) surge como una herramienta más para aminorar la crisis medioambiental, obligando a los fabricantes de productos prioritarios a organizar y financiar la gestión y reciclaje de los residuos derivados de éstos, entre ellos: aceites lubricantes, aparatos eléctricos y electrónicos; baterías y pilas; envases y embalajes y neumáticos. Adicionalmente, existen normativas como la DS 43/2015 y DS1483/2004 que regulan el manejo, almacenamiento y clasificación de sustancias peligrosas.
Recalcar la educación para incentivar un comportamiento orgánico de parte de las personas y más aún de las empresas es clave; estas últimas son referentes en la implementación de estrategias que trasunten en aportes significativos para enfrentar el cambio climático. A la fecha, de hecho, son varias las marcas que se han atrevido a trabajar modelos o negocios sustentables, manteniéndolos en el tiempo porque las ventajas comienzan a ser evidentes.
La economía circular es una solución a la escasez de recursos: disminuye la generación de residuos y la dependencia en recursos naturales y energéticos, reduciendo hasta en un 70% las emisiones de CO2 asociadas a su producción y descarte. Segundo: el actual sistema de consumo pone en jaque el balance medioambiental; la línea de “producir-usar-desechar” no garantiza la supervivencia de todos los proyectos. Tercero: la tarea de revalorización crea nuevos empleos y mercados, según la Unión Europea para 2030 se podrían implementar 3 millones de trabajos. Cuarto: Los consumidores optan por la compra verde: en Europa un 77% está dispuesto a pagar más a cambio de un producto o servicio ecoamigable. Quinto y último: se ahorra en costos; reutilizar materiales o adquirir materias primas secundarias, optimiza aún más el modelo productivo. No hay por dónde perderse.