Tania Villarroel, Career Partner en People & Partners
Siempre me he preguntado desde dónde viene nuestro afán por la comodidad, por lo estable, por lo seguro. Entiendo que evolutivamente ese énfasis nos ha permitido como especie mantenernos vivos en un planeta lleno de peligros y eventos inesperados. Pero hace bastante tiempo, la mayoría de esos peligros han cambiado de dimensión, y se han movido desde lo real y concreto del hoy, hacia la especulación del “qué puede pasar mañana” y no poder hacer un pronóstico duradero.
¿Y qué tiene de malo vivir buscando la comodidad? Nada en sí mismo, porque puede llegar a ser muy funcional también para la especie, si pensamos en personas que planifiquen y vivan su vida desde ese objetivo. El tema es que, para llevar una vida cómoda, tenemos que conformarnos con la versión mínima viable de nosotros mismos, desde el miedo a la pérdida y a la búsqueda de lo importante a través de los deseos de otros y no necesariamente de los propios.
Esto se produce habitualmente en la mente de los trabajadores que quieren experimentar un cambio o reinventarse, pero no lo hacen, por miedo al fracaso, al intentar cumplir sus sueños, y obligándose a vivir a medias. A muchos nos ha pasado que conformamos con ser lo que se supone que seamos y nos privamos del cuestionamiento fructífero que nos regalaría la osadía de pensar en grande.
De acuerdo al Informe Global Entrepeneurship Monitor (GEM) de la Universidad del Desarrollo, en su estadística 2020, un 51 % de la población adulta encuestada, señala que no emprendería un negocio por miedo al fracaso. Aun así, si señalan la intención, en el mismo porcentaje, de querer en los próximos tres años emprender. Es decir, si bien está dentro de los sueños de la mitad de la población encuestada, el miedo al fracaso es igual de potente que el deseo de un cambio.
Muchas de las personas que escuchamos en nuestro quehacer diario como consultores laborales, nos hablan de la frustración y la inconveniencia de vivir con ilusiones y expectativas porque, según ellos, la decepción y la frustración que conlleva no cumplirlas es más grande que no tenerlas. Y acaban desarrollando vidas que los decepcionan y no los entusiasman.
Deci y Ryan, los autores de la Teoría de la Autodeterminación, nos hablan de las necesidades psicológicas básicas: autoeficacia, autonomía y relaciones. Esto significa que, para sentirnos bien, satisfechos y entusiasmados, los seres humanos necesitamos que la vida que llevamos y las actividades que desarrollamos nos permitan: sentirnos capaces, que tenemos influencia en el medio y que somos parte de un mundo en el que podemos encontrar afecto y ser parte.
¿Y cuáles son ese tipo de actividades? Aquellas que nos permiten experimentar motivación intrínseca y que nos desafían al mismo tiempo, es decir, tareas que nos convocan por sí mismas, más allá de los beneficios que nos entregan al terminarlas. Tareas en la que nos sentimos comprometidos, en las que se nos pasa el tiempo sin darnos cuenta, aquellas donde encontramos que fluimos.
Son esas las que nos entusiasman a desarrollar capacidades y habilidades nuevas, donde el esfuerzo se siente, pero se agradece. Son las acciones que nos permiten expandirnos hacia la mejor versión de nosotros mismos y encaminarnos a vivir la vida de manera completa… no a medias.
La invitación es, en primer lugar, a cuestionar profundamente el tipo de vida que estamos llevando, y si ésta cumple nuestras expectativas y desarrolla ese potencial que sabemos que tenemos. En segundo lugar, reconocer que el camino se abre hacia el análisis de nuestras resistencias y miedos, e identificar lo que te está frenando y haciendo hoy vivir una vida a medias, y finalmente, detectar qué es eso que temes perder y por qué aferrarte a eso es tan importante.
Si nuestro objetivo es hacer algún cambio en nuestra vida, necesitamos ir un poco más allá en nuestro análisis y preguntarnos cuál es ese sueño que tememos soñar, pero que sabemos que perseguirlo requeriría ese compromiso y esa valentía adicional que no has tenido hasta ahora.
Contestar estas preguntas va por el camino de ilusionarnos, de llenar nuestro corazón de expectativas y dopamina, de miedo a lo desconocido, incertidumbre y de incomodidad. De valorar el riesgo más allá de las certezas y el camino por sobre la meta.