Paola Molina, presidenta de CES
Hoy, con miras a poder seguir viviendo adecuadamente al 2050, en medio del innegable escenario de cambio climático, debemos no solo trabajar en mitigar sus consecuencias, sino también en planificar y desarrollar la adaptación a futuros escenarios, desde el sector de la construcción.
Arquitectos, ingenieros, constructores, técnicos y operarios tenemos mucho que repensar y aportar a este gran desafío.
Nuestra industria representa el 40% del consumo de las materias primas a nivel mundial y es responsable del 34% del total de los residuos sólidos generados en el país. Asimismo, consume aproximadamente un 30% aprox. de la energía, pero, en el mundo, un 36%. A nivel local, genera un 30% de Gases de Efecto Invernadero (GEI), pero a nivel mundial, las emisiones de CO2 son equivalentes a un 39%. Además, el sector consume el 16% del agua del planeta.
Hasta hace poco estas crudas cifras no eran visibles. Pero, ahora que lo son, tenemos la obligación de mitigar el cambio climático, adaptarnos y mejorar la calidad de vida. Hasta ahora, generábamos externalidades con edificaciones que promedian temperaturas interiores fuera de los rangos de confort (19°- 26°C) en épocas de frío y calor, obligando a los usuarios a depender de equipos de calefacción y refrigeración cuando existen los recursos necesarios, y cuando no, obligan a transitar por la pobreza energética. Lo anterior, con un clima que en gran parte de nuestro país es bastante benigno, con una demanda de energía fácil de controlar, si ejecutamos un diseño que logre buenos estándares de calidad de ambiente interior.
Como arquitectos, debemos hacernos cargo de todas las externalidades al momento de diseñar y de disminuir la demanda de energía de la nueva construcción en al menos un 50% con miras a 2030 y del 50% de las emisiones de CO2 de todo el parque edificado para 2035.
Hoy contamos con herramientas como BIM, que facilitan la visualización de las externalidades y la integración de especialidades en fases tempranas de diseño; también con certificaciones nacionales e internacionales, que exponen los aportes en cada uno de estos aspectos; y otros que nos ayudan a mitigar y adaptar nuestros edificios al cambio climático, para mejorar la calidad de vida de sus usuarios.
Aprovechemos los beneficios de contar con Certificación Edificio Sustentable (CES), Certificación de Vivienda Sustentable (CVS) y Calificación Energética de Vivienda (CVS); y, próximamente, de la Calificación Energética de Edificios de Uso Público (CEEUP), es decir, para edificios no residenciales. Adicionalmente, los Planes de Descontaminación Atmosférica (PDA) ya aplican la futura actualización a la Reglamentación Térmica en varias localidades y está vigente ya la Ley de Eficiencia Energética, que hará obligatorias las calificaciones energéticas.
Hagamos propio el Plan Nacional de Eficiencia Energética del Ministerio de Energía y la Estrategia de Economía Circular de la Construcción impulsada por la Cámara Chilena de la Construcción (CChC), Construye2025 y el Instituto de la Construcción (IC), con la Corporación de Desarrollo Tecnológico (CDT) como facilitador. Tomemos créditos verdes con tasas preferenciales para proyectos con certificaciones nacionales hoy ya existentes en el mercado.
Necesitamos acelerar y acrecentar la voluntad y determinación de los profesionales, técnicos y operarios del área, para avanzar con la mayor premura en la resolución de este desafío. No podemos seguir diseñando como si nuestros recursos naturales fueran infinitos. Tenemos una gran responsabilidad como arquitectos. Debemos tomarla ahora.