Tadashi Takaoka Gerente general Socialab Chile
Chile acaba de caer 6 puestos en el Índice de Competitividad, ocupando el lugar 44 de un total de 63 países: su peor registro.
En este momento todos salimos a decir lo obvio: es necesario invertir en innovación para mejorar productividad, leyes más “pro empresa, subir impuestos para financiar el crecimiento (o bajarlos según sea su escuela de economía) y, si es que su corazón lo permite, tratar de hacerlo de forma sustentable y con innovación social.
Estamos todos de acuerdo. Pero eso no ha funcionado ni ahora ni anteriormente, entonces ¿qué falta?
Es algo que va más allá y es cuestionar los prejuicios que tenemos frente a la competitividad. La innovación social puede sonar como un tema lateral, pero debe estar a la cabeza del cambio. No hay que pensar en ella solamente como proyectos para dar acceso a agua potable a comunidades retiradas o descontaminar los océanos: piensen en la innovación social como una nueva forma de ver los desafíos desde el Estado y construir empresas.
Mariana Mazzucato en su libro “Misión Economía” hace una analogía con la llegada del hombre a la luna y cuenta cómo los países deben cambiar su foco de inversión de proyectos a misiones, a través del ejemplo de “mandar hombre a la luna y traerlo de vuelta sano y salvo antes de que termine la década”, una misión que tomó siete años y costó unos USD$283 mil millones de hoy.
¿Habrían firmado por ese monto si les dijeran que se llegaba a la luna? Probablemente no, era demasiado para un hito. Pero muchas innovaciones nacieron del cumplimiento de esa misión: lentes resistentes a rayas, luces led, aspiradora de mano, las zapatillas Nike Air, audífonos inalámbricos, comida liofilizada, el material visco elástico, entre otros.
El punto es: Si seguimos atacando el desafío de competitividad como un portafolio de proyectos innovadores, probablemente no desarrollemos una capacidad extraordinaria como país. Si seguimos pidiendo un entregable bien definido, con cartas Gantt, presupuestos exactos y predicciones de todo lo que se logrará en los proyectos públicos, probablemente solo financiemos mejoras continuas. No veo otra forma de impactar con innovaciones sociales de clase mundial (y por ende en la competitividad) que cambiar nuestro foco a misiones.