William Pullen, Fundador de Pullen & Dockendorff, consultora especializada en Riesgos, Sostenibilidad y Gobierno
Es la gran pregunta de hoy, no es materia exclusiva de intelectuales, políticos o iluminados, sino de todos quienes vemos con inquietud cómo el mundo y particularmente nuestro país, está sometido a tensiones y amenazas estructurales en lo humano, social, económico, político y medio ambiental.
En la base de nuestros problemas y de cómo solucionarlos, subyace una tensión histórica entre dos maneras de ver el mundo: una basada en el individualismo y otra, en la igualdad.
La evidencia muestra que las versiones extremas de ambas posiciones fallan irremediablemente, puesto que son incapaces de ofrecer sistemas sociales balanceados y con baja tensión social, donde predomine la libertad sin libertinaje, la igualdad de oportunidades, la justa competencia, una balanceada distribución del poder y la riqueza, el respeto por la propiedad privada, sistemas de seguridad social eficaces, un estilo de vida equilibrado y el cuidado del medioambiente.
Las sociedades son el reflejo de los valores que inspiran a sus ciudadanos, puesto que ellos definen la organización del Estado y del bienestar. Cuando las estructuras y el sistema de gobierno se alejan de ellos, ocurren crisis.
Ello quedó en evidencia en octubre de 2019, donde la corrupción, concentración, desconexión y desigualdad, nos pasaron la cuenta. El conflicto Mapuche es reflejo de lo mismo, es la historia sumada a distintas visiones del mundo y valores los que entran en colisión, que se expresan en la lucha por la identidad y las tierras.
Salir de ésta parece difícil de lograr cuando una parte de nuestra sociedad defiende la codicia y ataca a la empatía, y otra hace lo propio con la propiedad privada y las empresas. Algo falta en nuestra forma de convivir y organizarnos, de entender el mundo, algo que nos permita alejarnos de las ideologías extremas, irreales, incompletas y divisivas; algo que nos permita recoger lo bueno, independiente de dónde venga; que nos permita reconocer el valor del otro y podamos así converger hacia el balance, algo que sea sensato, poderoso, innegable, compartido, fundamental y profundamente humano. Así es, nos falta confianza.
La confianza en un fenómeno humano ubicuo, que define nuestra disposición a colaborar o rechazar. Es muy poderosa ya que sus respuestas extremas están relacionadas con la liberación de hormonas que dispone nuestro cuerpo y mente a la violencia o al afecto. Sus efectos son masivos. Sin confianza, las sociedades, gobiernos, mercados, empresas y familias funcionan mal o simplemente no funcionan. La confianza genera unión, prosperidad, bienestar y sostenibilidad, es el eslabón perdido que nuestro proceso constituyente busca y nuestra sociedad tanto necesita.
La confianza se puede recuperar y fortalecer, en la medida que compartamos los mismos fundamentos de legitimidad, buena intención, ser competentes, íntegros y respetuosos. Es imposible pretender que estemos de acuerdo en todo, pero sí podemos confiar, al menos un poco, unos en otros. Para salir de ésta, tenemos que evitar la ingenuidad y el voluntarismo, debemos ser pragmáticos y decididos, sin perder de vista lo esencial, los valores y las confianzas, sin ellos no hay cómo. Tenemos que aprender a ser confiables y confiar correctamente, porque así, lo demás llegará por añadidura.
Columna publicada gracias a la colaboración con ACCIÓN Empresas