Por Ziley Mora , Etnofilósofo y escritor
Eduardo Galeano planteaba en el 2010 que “los Derechos Humanos y los Derechos de la Naturaleza son dos nombres de la misma dignidad”. Y como un eco, por esa misma fecha Armando Bartra recordaba que “la Naturaleza puede vengarse, pero lo que no puede es defenderse sola”. Estamos cansados del ajeno discurso del éxito para “vivir mejor” basado en el crecimiento económico ilimitado a costa de explotar sin límite los mal llamados “recursos naturales”. Urge que volvamos a lo nuestro, al origen: al Buen vivir. Porque la vida no es una competencia con los otros para tener más, sino para el gozo de ser e intensificar la experiencia de estar vivo. Nos hemos dado cuenta que esos pocos que pueden aparentemente “vivir mejor”, muchas veces lo han hecho a costa de obligar a millones que han tenido que “vivir mal”. Y a costa de empobrecer dramáticamente la calidad del vivir sobre la piel de la Mapu Ñuke.
Según nuestros ancestros, el origen de toda la enfermedad, social o personal, es que antes hemos violado un Orden. Buen Vivir es respetar ese orden, ese equilibrio, la interdependencia y la armonía de todas las cosas entre sí. Y resulta que ganaremos libertad si respetamos ese Orden. Ganaremos identidad si nos conectamos con el idioma de la raíz. Sin pertenencia, sin amor al terruño y al ecosistema local, no hay identidad sana posible. Estamos aquí para reconocernos como humanos con diferencias, esclarecer nuestras raíces, recuperar nuestra dignidad cultural, la herencia ancestral de la sacra matriz arbórea, fortalecerla y mantenerla. Aprendamos de nuestros pueblos originarios : un pueblo sin identidad ligado a la sacralidad de los elementos es un pueblo sin conciencia; y un pueblo desfondado espiritualmente, fácilmente se deja abusar y explotar. Es el triste caso del pueblo mestizo de Chile.
En el territorio de Chile existió y existe una experiencia ancestral de Buen Vivir. Esta práctica, que surgió desde las entrañas mismas de las vivencias y cosmovisiones de nuestras primigenias naciones, nos sentencia: Chile, o será más sabio -es decir, o se vuelve al buen convivir, al buen respirar, al buen conversar, al generoso compartir con otro una caminata por el bosque- o el país ya no será. Porque se construyó no según el principio de la armonización integradora, sino negando el tejido proporcional y equitativo que a cada especie le corresponde en la armonía de nuestro ecosistema. Y lo que ya sabemos más que bien: en función de los intereses materialistas de unas muy egoístas elites.
Saber fluir dando y recibiendo, saber amar, superar el miedo y el pobre “interés”, abrirse al otro, ser y confiar en la natural red de vasos comunicantes, es la vía de solución política que requiere Chile. Postulamos una ciencia y una aplicación tecnológica al servicio de la calidad de la vida, no en su contra, respetando los neuro-derechos que preservarán nuestra privacidad y libertad. Respetando el don de la vida y a su entramado de relaciones, tanto visibles como invisibles, todo en un marco de equilibrio y armonía. Así, el Bien Vivir renacerá como como filosofía de vida porque hoy –desde hace una semana atrás- tenemos la posibilidad de ser instrumentos telúricos: podríamos dar derecho constitucional a los ríos, a las montañas, a los bosques, a los humedales. Constitucionalmente ya podríamos reconocer a dichas entidades biológicas y geológicas como fuentes de vida, sabiduría y enseñanza.
La nueva Constitución chilena deberá asegurar la protección de nuestro hábitat. De la Naturaleza marginada y explotada, de la Naturaleza objeto y mercancía, a una Naturaleza sujeto de derechos, con valores intrínsecos independientemente de la utilidad que pueda o no tener para los seres humanos. Me gustaría que la nueva Constitución chilena en sí misma fuera modelo para una muy urgente Declaración Universal de los Derechos de la Naturaleza. Y que por cierto estableciera un tribunal ético nacional –quizá la nueva función del Tribunal Constitucional- para sancionar los delitos ambientales.