Por Tadashi Takaoka, Gerente General Socialab Chile
Constantemente escuchamos predicciones de “nuevas eras”, pero en los últimos años nunca había sido tan obvio un quiebre en el status quo.
Se produjo una especie de tormenta perfecta frente a la desigualdad: Las revoluciones sociales que vimos a través del mundo pusieron el tema en la palestra. “El sistema no está funcionando”, “El PIB creciente no es signo de progreso real”, “El pueblo puede poner en jaque al empresariado y al Gobierno”.
Y luego llega el COVID. Impredecible e implacable, el cual no sólo trajo consigo un agravamiento del drama humano, sino que también una aceleración en el cambio de reglas mundiales, muchas de ellas asociadas al mundo digital.
¿La tormenta perfecta es por el daño a la clase media y gente más vulnerable? Sí, sin duda alguna, pero hay una segunda tormenta perfecta: La era digital ha servido para dar voz al pueblo, para unificar fuerzas y organizarse, a su vez la digitalización forzada ha creado espacios virtuales más robustos y ha sumado a más personas que antes no participaban (como tercera edad o segmentos con menos poder adquisitivo), y finalmente eso ha potenciado el escrutinio público y la mirada sobre cómo actúan las empresas y los Gobiernos hoy. Al parecer entramos en una era donde el pueblo puede presionar “sin moverse del escritorio”.
Suena como una mala noticia para las empresas, pero podría ser todo lo contrario: nunca antes había sido tan fácil sintonizar con el descontento del cliente. Nunca antes había sido tan fácil priorizar las acciones.
Y es por ello que hoy pienso en una nueva era de visión corporativa. La era de la “Innovación Social Empresarial”. Si bien hoy ya vimos un traspaso desde la mirada del RSE a la sustentabilidad, hay un paso más proactivo que se puede tomar: ¿Podemos crear nuevos productos y servicios que a través de la tecnología nos permitan entregar alto valor a menor precio a segmentos más de base? La tecnología de punta en general es para la élite ¿Qué pasa cuando la usamos para desafíos sociales?
La innovación social ha sido vista como la “hermana pobre” de la innovación disruptiva, aquella hecha con menos recursos y precios más bajos, sin voluntad de escalar y que sacrifica dinero por impacto. Eso no es para nada un estándar de la realidad. Las innovaciones sociales debieran ganar mucho dinero, al generar mayor valor a la sociedad haciendo uso del talento y la tecnología para escalar su negocio e impacto.
Los emprendimientos sociales han tenido un “techo de cristal” para escalar, y una mirada de Innovación Social Empresarial de las grandes compañías, que aceleren estos procesos a través de la tecnología y agilidad de las startups sociales, puede abrir un nuevo mundo donde el pueblo no está vigilando a las compañías como constantes amenazas de abuso, sino que como potenciales solucionadores de desafíos sociales. Pero para ello, tenemos que trabajar todos juntos con una mirada social y no sólo económica. Y algo me dice que en el futuro cercano no habrá otra opción (Y el pueblo te lo hará saber).