Por Felipe Urzúa, cofundador de Chipax
Somos el país que más invierte en Venture Capital como porcentaje de su PIB en la región, sin embargo, esto no es garantía para mover la aguja de la innovación.
Así lo demostró el Índice de Madurez de Innovación 2020, estudio realizado por la consultora Transforme, en el que quedamos en el sexto lugar de un total de siete países latinoamericanos, superando sólo a Argentina.
Organigramas verticales y rígidos, falta de participación para repensar procesos en la empresa y excesiva burocracia, son algunos de los frenos de la innovación.
Además, la centralización de las decisiones desemboca en la frecuente e inútil práctica del micromanagement, restando agilidad y personalizando el futuro de la compañía en unos pocos.
Cuando una organización se atreve a innovar, la iniciativa no suele contar con el apoyo transversal del equipo, debido a que, generalmente, la cultura organizacional es adversa al cambio y a los riesgos. Estos últimos, claves para dar vida a un ecosistema innovador, en el que los cambios constantes, pruebas, éxitos y, sobre todo, fracasos; son fundamentales en una cultura innovadora.
Si bien esta forma de trabajo ha estado arraigada por décadas en el país, en el escenario actual, donde la pandemia ha forzado a muchas empresas a realizar teletrabajo, implementando flujos de tareas a distancia, puede ser una oportunidad para erradicar la cultura del látigo y el excesivo control en los miembros del equipo. Éste, sería por fin, el momento para darle protagonismo a la cultura interna y a las personas que potencian una organización.