Por André Laroze, PhD en Recursos Forestales, Secretario Ejecutivo de PEFC Chile
En 2015, la Organización de las Naciones Unidas definió 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), como “un llamado universal a la adopción de medidas para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y garantizar que todas las personas gocen de paz y prosperidad”.
Siguiendo esta línea de desarrollo sostenible se han establecido varios programas de forestación, como el Desafío Bonn, lanzado en 2011, que es un esfuerzo global para lograr la restauración de 350 millones de hectáreas de bosques degradados y terrenos deforestados.
Los bosques nativos de conservación son el “top-of-the line” en términos de provisión de servicios ambientales. Por su parte, los bosques plantados contribuyen positivamente a la protección del suelo, la calidad del agua y la captura de CO2, a un bajo costo de establecimiento, y aportan mayormente en términos socioeconómicos. Por esto, los países han definido sus compromisos principalmente promoviendo la forestación con especies de interés productivo. De hecho, las plantaciones forestales y los sistemas agroforestales representan cerca del 80% de la superficie de restauración forestal comprometida por 24 países.
El fomento a la forestación, aplicando las salvaguardias socioambientales pertinentes, es el instrumento más efectivo para plantar bosques en terrenos sin cobertura forestal, por cuanto se focaliza en promover un cambio de uso del suelo que favorece en todo sentido la provisión de bienes y servicios, ambientales, sociales y económicos, en comparación con la línea de base que constituyen los terrenos en pendiente, erosionables, abandonados a su “suerte”.
Esta afirmación se basa en que los bosques plantados serán con el tiempo gestionados de manera sostenible y así contribuirán, en conjunto con los bosques nativos, a múltiples ODS que están altamente interrelacionados, por lo que con frecuencia el éxito de un objetivo impacta en los resultados de otros. En tal sentido, se destaca que el ODS 15 “Vida de ecosistemas terrestres”, es también una acción clave para el logro de la mayoría de los objetivos.
En particular, el manejo adecuado de los recursos forestales ayuda a eliminar la pobreza (ODS 1), ya que muchas de las personas más pobres del mundo viven en los bosques y sus alrededores; los alimentos silvestres aportan a la seguridad alimentaria (ODS 2); los bosques proporcionan medicamentos y recreación que contribuyen a la salud y el bienestar de las personas (ODS 3); y tienen un rol esencial en el ciclo del agua y su calidad (ODS 6); además, la biomasa ofrece un gran potencial como energía asequible y limpia (ODS 7).
Los bosques también generan empleo en áreas rurales y son la base de pequeñas empresas (ODS 8); aportando ingresos que se invierten para mejorar los medios de subsistencia, incluida la educación de los niños (ODS 4); proveen la madera que es un material de construcción renovable clave para ciudades y edificios más sostenibles (ODS 11); y se sabe que el manejo de los bosques es fundamental para mitigar los efectos negativos del cambio climático (ODS 13). A todo lo anterior se suma que la certificación forestal, como la del sistema PEFC, permite a las empresas producir de manera sostenible y a las personas consumir de manera responsable (ODS 12).
Es evidente que el presupuesto fiscal estará restringido algunos años, pero ahora es un buen momento para comenzar la discusión de una política de fomento forestal que permitirá, por ejemplo, cumplir con la forestación de las 200 mil hectáreas comprometidas como medida de mitigación de los gases efecto invernadero ante la Convención de Cambio Climático de la ONU; teniendo presente que en Chile está empíricamente comprobado que la tasa de forestación tiende a cero si no se bonifica la plantación. Los bosques plantados se complementan con el manejo y conservación del bosque nativo: el recurso forestal en su conjunto es una base para lograr los objetivos de desarrollo sostenible y los productos forestales son un material esencial para la economía circular.