Por Dr. Luis Larrondo, director del Instituto Milenio de Biología Integrativa (iBio) y académico de la Universidad Católica de Chile
En el contexto de COVID-19 en Chile, y en el mundo entero, desde un primer minuto se manifestó un irrestricto apoyo de la comunidad científica por aportar desde su quehacer y conocimientos.
Sin duda esto es muy bueno y destacable, pero con el paso de las semanas dio luces de puentes débiles o no construidos entre científicos y los tomadores de decisión en ministerios, intendencias y alcaldías y, también, falta de insumos y equipamientos necesarios para responder a un virus como lo está haciendo el COVID-19.
La activación de dichos vínculos sin duda es una experiencia nueva, ya que existía poca experiencia histórica de esta dinámica de comunicación entre científicos y gobierno. Pero considerando que la contingencia del COVID-19 requería de acciones rápidas, los vínculos y las confianzas se entrelazaron con la celeridad que la situación ha demandado.
Sin duda, la creación y puesta en marcha del Ministerio de Ciencia y Tecnología en el contexto de COVID-19 ha resultado el catalizador clave para que se concreten todas las ansias de ayudar, e intenciones de colaborar que posiblemente no sería lo mismo sin él. ¿Cómo mantenerlas y que sean a largo plazo?
Por el momento, existe una recepción recíproca por parte de comunidad científica y autoridades. Una vez pasada la pandemia será el momento de hacer un análisis FODA para sacar lecciones de cómo mantener canales de comunicación abiertos y, sobretodo, de cómo fortalecer las capacidades científico-tecnológicas en conjunto. Estamos hablando de metas que no deberían visualizarse en ciclos de 4 años, sino que, a largo plazo, con la agilidad para dar golpes de timón cuando el escenario nacional e internacional lo demanden, pero manteniendo un norte claro.
Esta pandemia ha demostrado la necesidad de tener capacidades diagnosticas masivas a lo ancho y lardo del país. Se demuestra una vez más que Santiago no es Chile. Justamente parte de los esfuerzos de expandir el número de laboratorios (desde la academia) es para aumentar la cantidad de test para el coronavirus, y ha estado enfocado en permitir una distribución de capacidades en lugares donde esto estaba más deficiente. Fortalecer el sistema público-tecnológico y académico en todo el territorio es un complejo, pero hermoso desafío para los privados, el CTCI y otros entes del gobierno.
En Chile hay equipamiento científico, pero no siempre en todos los lugares claves a lo largo del país, y el existente sólo permite cubrir parcialmente las necesidades asociadas a, por ejemplo, test moleculares masivos como los del coronavirus. De forma clave, se necesitan una serie de reactivos para estos test diagnósticos, y en condiciones donde crece la demanda en el mercado internacional el flujo continuo de suministros está en jaque. En el Instituto Milenio de Biología Integrativa (iBio) hace tiempo hemos estado promoviendo el uso de tecnología de libre acceso, y que pudieran brindar una mayor autonomía justamente en situaciones como estas. Poder producir localmente algunos de los reactivos que se usan en estos ensayos (como las enzimas que se precisan en los kits diagnósticos) sería una ventaja. Es sin duda un buen momento para discutir este tipo de iniciativas a nivel país, y como poder asegurar autonomía científico-tecnológica en escenarios donde el mundo globalizado parece desdibujarse bajo dramáticas realidades locales.