Este gravamen actualmente se aplica a las fuentes fijas, conformadas por calderas y turbinas, las que individualmente o en su conjunto, tengan una potencia térmica instalada igual o mayor a 50 megavatios térmicos (MWt) por establecimiento.
El impuesto recae sobre las emisiones de material particulado (MP), óxidos de nitrógeno (NOx), dióxido de azufre (SO2) y anhídrido carbónico (CO2), siendo este último el que mayor impuesto paga por tonelada emitida.
El denominado Impuesto Verde establece un tributo anual a beneficio fiscal sobre las emisiones al aire de material particulado (MP), óxidos de nitrógeno (NOx), dióxido de azufre (SO2) y dióxido de carbono (CO2), producidas por establecimientos cuyas fuentes fijas sumen una potencia térmica mayor o igual a 50 MWt. En este contexto, Héctor Arellano, gerente comercial de Efizity, consultora de eficiencia energética, explica que en gran medida, “este impuesto estimula el cambio hacia tecnologías limpias, ya que se aplica sobre la base que el uso de combustibles fósiles en la industria, genera efectos negativos sobre el medio ambiente y la salud de las personas”.
Actualmente, “el nivel de gravamen del impuesto depende del tipo de emisión, para el caso del MP, NOx y SO2, el impuesto es de 0,1 dólar por cada tonelada emitida, mientras que para el CO2 es de 5 dólares por tonelada emitida”, explica Arellano. Por su parte, el Gobierno ha indicado que dentro de los puntos a modificar en el proyecto de Reforma Tributaria, estaría el denominado Impuesto Verde a las fuentes fijas.
Ahora bien, desde el punto de vista medioambiental, el beneficio de la existencia de este impuesto es que agrega un valor definido al uso de combustibles más contaminantes, lo que incentiva a utilizar combustibles fósiles que contaminen menos, a realizar inversiones en equipos de abatimiento para captar las emisiones antes que salgan de la fuente fija o en definitiva a utilizar combustibles renovables, como la biomasa. Este tipo de cambios e inversiones, naturalmente significan una reducción en el pago del Impuesto Verde y un aumento en la sustentabilidad de la compañía que lo aplique.
En este contexto, el experto de Efizity explica que el gas natural es el combustible fósil que menos gases contaminantes y material particulado emite, comparado con otros combustibles fósiles, como carbón, petróleo pesado, petróleo diésel, gas licuado de petróleo, gasolina, kerosene, entre otros. Por otra parte, “la biomasa es considerada un combustible prácticamente neutro en cuanto a emisiones globales de CO2, puesto que las emisiones que se emanan de su quema son reabsorbidas de nuevo mediante la fotosíntesis de plantas y árboles, sin embargo en lo que respecta a emisiones locales se debe controlar la emisión de material particulado”, aclara Arellano.
Beneficios y ahorros
Si bien los beneficios desde el punto de vista medioambiental son evidentes, el experto de Efizity señala que “no es posible generalizar si esto trae beneficios desde el punto de vista técnico y económico, dado que el cambio de algún combustible podría significar altos CAPEX. Por otro lado, las mantenciones y repuestos de las máquinas podrían sufrir modificaciones positivas o negativas, por lo que desde este punto de vista se debe analizar por separado cada caso”.
En el caso del impuesto por emisiones de CO2, cualquier modificación debe evaluarse en términos globales respecto a la competitividad de las industrias. Si una industria presenta un gravamen por emisiones de CO2 en Chile, podría incentivar la importación de dicho producto en vez de su fabricación local, lo que generaría un escenario más desfavorable para el medioambiente en términos globales netos -alguien más lo va a fabricar y a transportar- como puede ser el caso de la fabricación o importación de clinker para la fabricación de cemento en nuestro país.
En relación al ahorro que puede generar cambiarse de cualquier combustible fósil a biomasa con sistemas de captación de material particulado, es de casi un 100%, esto considerando que la biomasa sea considerada como neutra en CO2. Por otra parte, “cambiarse a gas natural, puede significar un ahorro de hasta un 58% en caso de cambio desde carbón. En caso de cambio desde petróleo pesado (FO6) puede significar un ahorro de hasta un 35%; y para el caso del gas licuado del petróleo, puede significar un ahorro de hasta un 8%, solo por concepto de reducción de todas las emisiones gravadas incluyendo el CO2”, declara Arellano.
Sobre cuán factible es para las industrias cambiarse a otros combustibles, en el caso de líquidos y gaseosos como petróleo pesado, petróleo diésel, gas licuado de petróleo y gas natural, es muy factible el cambio de combustible entre ellos. De hecho, en la industria, muchas calderas tienen la opción de utilizar más de un combustible, entre líquido y gaseoso. En estos casos, la mejor alternativa es migrar al uso de gas natural, ya que es el combustible fósil “menos contaminante”.
“Para el caso de combustibles sólidos, principalmente carbón, cambiarse a un combustible gaseoso o líquido tiene mayor complejidad, dado que los equipos que consumen carbón están diseñados para dicho combustible y su ingeniería es completamente diferente a los equipos que consumen combustibles líquidos y/o gaseosos. Una buena opción sería el reemplazo por biomasa, la cual sí se podría realizar, pero hay que analizar las condiciones de diseño de cada equipo”, finaliza el experto.