Por Alejandra Fuenzalida, Directora Ejecutiva de United Way Chile
Marzo ha traído consigo varias celebraciones y una de ellas, es la fecha de hoy: El día de la Eliminación de la Discriminación Racial. Esta efeméride, que debe ser un momento de conmemoración que nos permita reflexionar para seguir avanzando hacia una nueva forma de relacionarnos dentro de las naciones, hoy se enmarca dentro de episodios racistas y comportamientos hostiles que se producen a diario a nivel mundial.
Sin ir más lejos y observando lo que sucede en Chile, la Encuesta Bicentenario 2018 arrojó diversos datos que dan cuenta de la actitud anti-migratoria que se vive en nuestro país: Un 44% de los encuestados asevera que existe un gran conflicto entre ambas partes (chilenos – migrantes), un 41% afirma que los inmigrantes no le han hecho bien a la economía chilena y un 62% cree que se debería disminuir la cantidad de inmigrantes que ingresan al territorio nacional.
Sin duda, estas cifras no nos puedan dejar indiferentes, ya que el número total de inmigrantes no ha hecho más que triplicarse entre 2015 y 2018. Según el INE, el número total de extranjeros que reside en Chile ahora representa el 7% de la población total, aterrizando en un total de 1.251.225 ciudadanos entre hombres (646.128) y mujeres (605.097).
Si bien algunos han tenido más posibilidades de acogida que otros, especialmente cuando sus capitales económicos, sociales y culturales les han ayudado a una mejor y más rápida inserción, la mayoría de ellos llegan al país enfrentándose a una gran ola de rechazo, crítica, perjuicios, desvalorización e incluso desigualdad de género.
Aludiendo al mes que nos convoca, el cual comenzó con una multitudinaria marcha el pasado 8 de marzo en pro de los derechos de la mujer, es precisamente este eslabón de la cadena migrante que termina exponiéndose a las peores situaciones. La mujer, al momento de pisar tierra extranjera, se convierte en el grupo más vulnerable especialmente si llegan solas y tienen hijos que cuidar. Además de lidiar con problemas laborales donde muchas son precarizadas y explotadas, no cuentan con los derechos básicos ni con políticas sociales, económicas y culturales que las amparen dentro de los países de llegada.
Es cierto que la migración ha implicado realizar varios procesos de transformación social relacionados con la idea de aceptación o rechazo frente a estas personas, pero aún falta camino por recorrer. Bajos sueldos, sobreexplotación laboral, incomunicación con sus pares, precario acceso a la salud y a las necesidades básicas, son un claro ejemplo de que aún nos queda mucho trabajo por hacer.
Erradicar la discriminación racial no será algo que se logrará de la noche a la mañana, ya que aún existe una gran masa de población que vive aferrada a las costumbres y creencias discriminatorias, que no tranza con el pensamiento de los que vienen en búsqueda de nuevas oportunidades. Entonces, el gran desafío de todos pasa por comenzar a tomar cartas en el asunto, para así demostrarle a esa generación “anti-progresista” los infinitos beneficios que trae vivir en una sociedad multicultural. Con este punto de partida, podremos comenzar a instaurar una nueva política migratoria, pero adecuarla y resguardarla en nuestro diario vivir se convertirá en una tarea de todos.