Por Matías Rojas, Gerente General de Socialab
En un mundo cada vez más cambiante, complejo y heterogéneo, ya no es suficiente “hacer bien la pega” para ser una buena empresa, hay que reaccionar rápido; con propósito y generando externalidades positivas que antes no eran prioridad, pero que hoy son obligatorias para cualquier organización. Hay que estar atento a lo que pasa en el mundo y evolucionar acorde al mismo.
Una empresa debe estar preparada para entender qué está pasando en el entorno, no solo con su competencia directa, sino, además, con las tendencias (tecnologías y fenómenos sociales) que pueden modificar sus gestiones antes de lo que imaginan.
La innovación, como un mecanismo de adaptación y evolución, abre los poros de la empresa para escuchar el exterior y, si es que existe la versatilidad organizacional suficiente, ayuda a transformar lo necesario para evolucionar. Adicionalmente, este cambio debe comenzar desde el liderazgo de la empresa. Si los directivos no se convencen de llevar a sus equipos en esta dirección, el barco completo probablemente no llegue a buen puerto.
2018 fue un año en el que la sociedad y, sobre todo las empresas, se dieron cuenta de que haciendo las cosas de la misma manera, las probabilidades de éxito futuro, bajaban.
Innovar o aprender a innovar es una gestión que, aunque depende de muchos factores y variables, el más importante es que tiene que convertirse en parte importante de la cultura de las organizaciones, de lo contrario, los avances no van a tener mayor éxito, o no se va a sostener en el largo plazo.
Sin embargo, muchas organizaciones tienen un prejuicio ante la idea de innovar: presupuestos grandes y movilización gigante de recursos humanos. Pero en realidad, no siempre resulta una gran inversión en términos monetarios. También es posible innovar junto a mil ojos externos que entienden mejor el entorno, la sociedad, las tendencias; y de la mano de la expertise del negocio. Si se conectan bien estos nodos, pasa la magia, más barato y más rápido. No hay mejor manera de aprender a innovar que ejecutando la innovación, y al contrario de lo que muchos directivos creen, no es necesario armar equipos costosos dentro de las empresas para innovar.
Hay miles de innovadores sociales que ya detectaron los problemas que las empresas se están demorando años para identificar. Solo en la plataforma de Socialab tenemos registrados 658.000 creativos, pero son muchos más los creativos en el mundo. La decisión de las empresas hoy es si verán a estos creativos como articuladores y aliados, como sus ojos en un entorno que no conocen, o si en cuestión de meses los ven capturando su mercado de una forma en la que no lo hubieran imaginado.
Uno de los eventos que hicimos por primera vez en el 2018 fue el “Contrapitch”, una iniciativa que responde al ya tradicional Pitch, pero que invitaba por primera vez a importantes ejecutivos, en la primera ocasión del rubro de la energía, a medirse y someterse a una evaluación de startups en términos de impacto social del negocio. El experimento fue muy valioso porque en ese momento las empresas vivenciaron la necesidad de defender y tener un impacto, y pudieron comprender de mejor manera cómo pueden articularse con las startups, agregar valor mutuo y enfrentar los desafíos del futuro desde la Innovación de Impacto.
Cuando una empresa decide empezar a innovar con impacto, la clave no siempre será la inversión que debe hacer, sino que esa inversión tenga un buen lugar donde crecer. Es necesario partir con el cambio en las personas, ejercitando su “músculo innovador” a través del HACER y el VIVIR actividades que cambien su forma de pensar y entender sobre la empresa y sus posibilidades en el entorno con las nuevas lógicas que vive el mundo. Si esto no ocurre, cualquier implementación de costos: software, consultoría, etc es infructuosa.
Por lo tanto, la misión ahora no es pensar si la innovación nos dará un retorno de la inversión, porque lo hará. Los desafíos a futuro deberían ser cómo medimos lo que nos va a retribuir esta inversión, y debe ser una medición de triple impacto: retorno monetario, impacto medioambiental e impacto social. Una empresa que sepa ver en sus equipos un apoyo fundamental hacia el futuro, debe tener claro que sus desafíos deben ser dinámicos.
Debemos pensar que las empresas no pueden vivir disociadas de su entorno solo manejando números y gestión. El futuro se vislumbra ya hiperconectado y en su compleja telaraña, debemos repensar cómo el mercado nos afectará a todos, tanto como usuarios, empresas-servicios y como seres humanos viviendo en un mismo planeta.