De los vertederos a los grandes hoteles de Ghana, una nueva vida para la basura

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AFP/Stacey KNOTT

En uno de los mayores vertederos del mundo, en Ghana, cientos de personas remueven los desechos en busca de plásticos, metales y restos informáticos, una actividad que Joseph Awuah-Darko quiere utilizar para dar a los recolectores una mejor vida.

por Stacey KNOTT

A falta de empleo, cientos de hombres, mujeres y niños sobreviven escarbando en la basura para extraer cualquier objeto de valor que puedan revender.

Pero Joseph, de 21 años, nacido en Londres, quiere ofrecerles una vida mejor. Junto con una amiga de la universidad fundó la ONG Agbogblo.Shine Initiative con el objetivo de reciclar materiales para hacer muebles de gama superior y ofrecer al mismo tiempo a los recolectores, conocidos como “Salvagers”, una formación.

En el barrio de Agbogbloshie, en la periferia de Accra, todo es de color negro. Este lugar se ha convertido en un inmenso vertedero electrónico y todo está cubierto por un manto oscuro que tiñe el aire, la ropa, las manos y los rostros de la gente.

El suelo pantanoso está cubierto por las bolsas de plástico, cables y botellas. Entre medio hay zapatos rotos, televisores averiados y viejos teclados obsoletos.

Allí, los “Salvagers” queman la basura electrónica para extraer los restos de cobre y de otros materiales que puedan tener algún valor para la reventa.

Entre medio hay niños que corren y animales que buscan restos orgánicos para comer.

Aunque es difícil tener datos precisos, se estima que cerca de 40.000 personas viven en este inmenso barrio marginal que gira en torno a la basura.

“Es la supervivencia. Es una pesadilla. Es una distopía”, explicó Joseph.

Daño pulmonar

Según un informe publicado por la ONU en 2015, en todo el mundo cerca de 64 millones de personas viven del reciclaje de desechos, casi todos ellos en países en vías de desarrollo.

En Ghana este problema está muy presente ya que este pequeño país de África Occidental importa cada año cerca de 40.000 toneladas de desechos electrónicos.

Desde septiembre, Joseph y su amiga Cynthia Nuhonja multiplican sus viajes entre dos universos diametralmente opuestos: el campus de su universidad privada, en una zona acomodada de Accra, y el vertedero.

El proyecto es financiado en parte por ellos mismos, aunque reciben algunas ayudas de la Universidad de Ashesi y algunos fondos de la Fundación Ford.

En el basural eligieron a 20 “Salvagers” que ahora reciben una formación en carpintería en una escuela de artesanos para aprender a fabricar taburetes que les encargó un hotel de la capital.

Mohamed Abdul Rahim, de 25 años, es uno de ellos. Originario del norte de Ghana, trabaja en el vertedero desde 2008, 12 horas por día, seis días a la semana para tener un salario medio de 20 cedis por jornal (3,7 euros, 4,3 dólares).

Pese a su juventud, tiene los pulmones dañados y dolores en la cadera por transportar objetos pesados para fundirlos.

“Aquí uno sufre mucho por el calor y los humos”, contó a la AFP.

Pero con lo poco que gana, alimenta a su madre, su esposa y sus tres hijos.

“Si encontrara un trabajo mejor, lo tomaría y dejaría ‘esto'”, dijo.

Hasta ahora, no ha podido encontrar nada, pero la oenegé Agbogblo.Shine Initiative podría ser una alternativa.

“Una vida mejor”

Joseph lo entendió a la primera. Las personas de Agbogbloshie “buscan fundamentalmente lo mismo que queremos todos: una vida mejor”.

Este estudiante espera que su iniciativa permita por un lado mejorar las condiciones de trabajo de los recolectores, pero también ayudar al medioambiente, al ofrecer una segunda vida a la basura tecnológica, limitando así la liberación de químicos tóxicos.

El primer prototipo fue un reloj de pie fabricado a partir del eje de un coche y un viejo péndulo que venía de Agbogbloshie. La pieza fue comprada por un hombre de negocios de la capital de Ghana.

Dos hoteles de lujo de Accra también se interesaron por esta pieza, contó Joseph, que decidió hacer toda una serie.

Ahora, este emprendedor espera lograr que cerca de cien “Salvagers” abandonen sus empleos precarios para fabricar muebles y reciban por ello un salario.

Incluso sueña un día con ofrecer esta artesanía de lujo a casas de subasta.

Este sueño todavía está lejos para Mohammed Sofo, un muchacho esmirriado de 26 años, con tatuajes en la cara, que participa en la formación.

Él también se imagina un futuro en el que no tenga que quemar plástico para sobrevivir.

“Alguna gente piensa que estamos locos”, explicó.

Pero, si “ganáramos dinero, ya nadie nos miraría así. Va a llegar un día en el que nadie trabaje aquí”, dijo.

© Agence France-Presse

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