Hace algunos meses, un amplio grupo de científicos de las principales universidades del mundo, incluyendo 30 premios Nobel, publicó una carta para alertar a la humanidad sobre el peligro de traspasar ciertos “umbrales de no retorno” que el planeta es capaz de soportar[1].
A menudo, quienes trabajamos en educación superior concordamos en que nuestra principal tarea al respecto, consiste en formar personas que se harán cargo del problema en el futuro, pero si bien esto es necesario y fundamental, no es suficiente. Debemos también formar con el ejemplo.
Nuestras instituciones tienen la gran oportunidad de hacer aportes sustanciales, concretos y medibles a la mitigación del cambio climático, a través de sus múltiples actividades, en especial mediante iniciativas de eficiencia energética. Muchos estarán pensando “¡ya lo estamos haciendo… cambiamos cientos de luminarias a LED el año pasado!”.
Sin embargo, para generar un impacto significativo en el volumen de emisiones, se requiere implementar programas de largo alcance y en forma sistemática, lo cual rara vez ocurre. Esto implica en primer lugar medir, establecer métricas, jerarquizar, implementar, medir nuevamente los resultados, documentar los aprendizajes y celebrar los logros. No parece ser una lógica muy novedosa, excepto por el hecho de que – al menos en edificios – rara vez se aplica. Por ello, buena parte de los proyectos de cambio de luminarias están lejos de tener un impacto relevante en reducción de emisiones, que es lo que realmente importa. No basta con acciones aisladas, y a decir verdad, no es recomendable invertir en proyectos cuya efectividad no esté clara desde un principio.
Entonces, ¿cómo implementar medidas que sí tengan impacto relevante?
La siguiente metodología aplica la “Ley de Pareto” (concentrar esfuerzos y recursos en el 20% de medidas que producirán el 80% de resultados) mediante un cálculo de costo-efectividad, es decir, calculamos los kg de CO2 reducidos por cada peso invertido en cada iniciativa – ¡necesitamos evitar todo el carbono que sea posible de llegar a nuestra única atmósfera! Éste es el plan:
- Medir y establecer indicadores de desempeño para cada uno de los campus, sedes, edificios y/o áreas, en los últimos 3 años.
- A partir de esos indicadores, encontrar elementos anómalos (patrones de desempeño fuera de la media y sus causas probables, según la tipología/uso de cada edificio).
- Desarrollar una “auditoría energética” de los edificios menos eficientes (no de cualquier edificio): levantar información detallada del equipamiento, conocer en detalle sus horarios de uso, mecanismos de control, variaciones estacionales, etc., para luego evaluar las mejoras tecnológicas disponibles para controlar dichas variables.
- Jerarquizar las iniciativas, según el plazo de retorno de cada inversión. En este análisis, la variable “ahorros económicos esperados” tiene directa correlación con la cantidad de “emisiones de CO2 reducidas”.
- Una vez implementadas las medidas de mejora, medir los resultados y documentar.
- Comunicar y ¡celebrar los logros!
Hagámonos cargo del cambio climático en forma sistemática, generemos ahorros económicos también, y mejor aún si logramos colaborar en el proceso, multiplicando aprendizajes, potenciando la creación de conocimiento y, de paso, aportando a la formación de profesionales enfocados en resolver los grandes problemas de la sociedad.