En el mundo académico, el discurso más recurrente es que el desarrollo ecológicamente sostenible tiene tres dimensiones: la económica, la ambiental y la social –concepto tridimensional-, que se ha convertido en el mantra de la planificación moderna. Sin embargo, en la retórica, que rodea a este nuevo paradigma, poco se habla de “valor de la diversidad cultural”, “diversidad biocultural” o “cambio cultural profundo”. En realidad, recién nos damos cuenta de ello, después de haber tomado un decisión. En este contexto, recordemos que en su forma más simple, el concepto de sostenibilidad envuelve el deseo de que las futuras generaciones hereden un mundo, por lo menos, tan abundante como el que actualmente habitamos.
Pero, ¿acaso ese deseo no implica un debate cultural? Por cierto, ya que por cultura entendemos quiénes somos y cómo configuramos nuestra identidad. De hecho, según la UNESCO, ningún desarrollo puede ser sostenible sin incluir la cultura, como habilitadora e impulsora de las dimensiones económica, ambiental y social del desarrollo sostenible. Ahora bien, el desafío de incorporar la cultura, en este discurso, deriva del carácter complejo y multidisciplinar de ambos conceptos. La cultura se refiere a todos los logros tangibles o intangibles del ser humano, como también a los patrones simbólicos, normas y reglas de las comunidades humanas. Como tal, la cultura nos conecta con la naturaleza y con otros seres humanos. De manera similar, el desarrollo sostenible es un concepto complejo y multifacético. Como tal, puede ser considerado como un proceso o camino hacia una sociedad, donde la integridad del ecosistema, el bienestar y la justicia se dan la mano, permitiendo que los diversos stakeholders dialoguen. Entonces, cualquiera sea la posición que se tome, la cultura juega indiscutiblemente un rol crucial en el desarrollo sostenible.
Mi argumento es que la gestión cultural sienta las bases para un futuro sostenible. Por ejemplo, el bienestar de una comunidad se construye a partir de un sentido de propósito y valores compartidos. Es más, el desarrollo sostenible sólo es posible cuando éste se instala en la cultura. Desde esta perspectiva, podemos afirmar que la sostenibilidad tiene cuatro pilares, a saber: (i) vitalidad cultural (pensamiento sistémico, creatividad, diversidad e innovación); (ii) equidad social (justicia, involucramiento, cohesión, bienestar); (iii) responsabilidad ambiental (balance ecológico) y (iv) factibilidad económica (prosperidad material). Sin duda, la cultura, comprendida de este modo, permite que el desarrollo sea realmente sostenible.
Como vemos, la estructura anterior ofrecería el balance que falta en el tradicional constructo tridimensional del momento. Pero, lo más importante, crea un espacio formal para el debate en torno a los valores que conforman nuestra sociedad. Entonces, parece evidente que la sostenibilidad debe incluir el pilar de la cultura, no sólo en su contenido semiótico, sino como parte de las políticas de desarrollo sostenible. La parte oculta de esta estructura es que el desarrollo sostenible surge principalmente de la occidentalización del mundo. En este sentido, convengamos en que la cultura occidental tiene una gran responsabilidad en la génesis y agravamiento de la crisis ambiental global, por lo que se requiere un cambio paradigmático urgente. Es más, la crisis ecológica se origina fundamentalmente de estructuras sustentadas en ciertos valores y categorías culturales (viejas prácticas).
En síntesis, sería erróneo creer que la crisis ecológica puede ser solamente manejada con medidas económicas, ambientales o sociales. De hecho, sin un cambio radical o transformacional de ciertos valores y categorías, que conforman la cultura occidental (nuevas prácticas), se ve algo difícil impulsar el desarrollo sostenible. Esto nos lleva a concluir que los problemas ecológicos actuales podrían potencialmente transformarse en la tercera crisis ecológica global en la historia natural, lo cual podría traducirse en la extinción del “nuevo dinosaurio”: la raza humana. En consecuencia, la evolución cultural parece ser la única vía que tenemos para enfrentar este escenario.