Una frase que describe una alarmante realidad es la escrita hace ya años por David Orr, el destacado profesor norteamericano de estudios ambientales, que plantea: “… la sabiduría convencional sostiene que toda educación es buena, y cuanto más se tiene, mejor… la verdad es que, sin precauciones significativas, la educación simplemente puede preparar a las personas para ser los vándalos más eficaces sobre la tierra.”
Considerando que el día de hoy morirán a consecuencia del hambre 32.400 personas, 57 millones de jóvenes no irán a la escuela, verteremos 103 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera para acrecentar el cambio climático y desaparecerán 14.500 hectáreas de bosque, está claro que los egresados de las universidades del mundo, quienes toman principalmente las decisiones en los altos cargos de empresas, gobiernos y organizaciones, se están comportando como Orr dijo hace ya más de una década y contribuyen día a día a esta crisis de sustentabilidad que no tiene atisbos de mejorar. No la tiene porque, a pesar de las preclaras declaraciones de intenciones de los organismos internacionales y su ratificación por la gran mayoría de los países, su puesta en práctica por profesionales de todo el mundo choca inevitablemente con las decisiones de estos, quienes han sido formados durante décadas con el objetivo de aportar a su beneficio personal y al empresarial, en desmedro de los objetivos sociales y ambientales. Mientras sigamos formando los mismos profesionales que formamos hoy, la crisis no hará más que acrecentarse.
Esta crisis no será resuelta por los políticos; su horizonte de corto plazo, de cara a las próximas elecciones, les impide tomar aquellas difíciles decisiones de fondo que aporten a un mundo sustentable. Es la universidad, como generadora y trasmisora del conocimiento, quien debe inventar entre sus muros, lejos de afanes políticos y económicos, el futuro sustentable que el mundo pide con urgencia. Para ello debe formar a otros profesionales, unos distintos, con competencias claramente diferenciadas y quizás hasta opuestas a las de hoy. En los ámbitos académicos europeos está claramente expresado que se necesitan profesionales con una mirada distinta, y han definido ya las competencias a las cuales las universidades deben responder. Están claros los conocimientos, las habilidades y las actitudes que se requieren formar en los egresados para que estos puedan contribuir a la sustentabilidad, aunque en la práctica no se muestran aún grandes avances respecto a como lograrlo.
En Chile, el camino universitario a la sustentabilidad ha sido abierto por quienes participan de la Red Campus Sustentable, la asociación sin fines de lucro que agrupa a instituciones de educación superior chilenas y profesionales que trabajan en ella, para introducir en nuestras universidades el compromiso con la sustentabilidad a través de la gestión de sus campus y la renovación de los currículums. Su accionar ha permitido importantes logros como el Acuerdo de Producción Limpia Campus Sustentable que implantó importantes avances en 12 universidades a lo largo de todo Chile, pero el camino recién comienza. Existen logros importantes en diversas áreas en distintas universidades, pero estamos, como país, lejos de formar aquellos profesionales distintos que se necesitan para construir un mejor país.