Josep Segarra (@JSegarraG). Analista de inversiones en Quadia Impact Finance
El auge de la inversión de impacto social y medioambiental, o impact investing, durante la última década es un hecho contrastado. Pero, ¿cuán relevante es realmente a escala global? ¿Se trata simplemente de una moda que no pasará de ser un nicho, o puede crecer hasta convertirse en mayoritaria?
Para responder a estas preguntas, empecemos por dar un paso atrás. Según datos del 2016 Annual Impact Investor Survey realizado por el Global Impact Investing Network (GIIN), la institución referencia en el sector, el impact investing (incluyendo microfinanzas) alcanzó en 2016 un volumen de 77’000 millones de dólares (USD 77 billon). Si uno tiene una referencia de las magnitudes que maneja el sector financiero se dará cuenta de que USD 77 billion es casi anecdótico. Los mercados de capitales en su conjunto mueven cifras astronómicas de USD 200 trillion, de los cuales alrededor de USD 70 trillion son gestionados por los grandes gestores de activos financieros. La llamada inversión responsable o SRI/ESG se estima en USD 7000 billion. Los números son fáciles pues: un 10% de la gestión global de activos incorpora criterios de sostenibilidad y solo un 0,1% busca activamente un impacto social o medioambiental positivo medible, y por tanto se puede catalogar como impact investing. En efecto, un 0,1% puede parecer anecdótico, pero lo cierto es que de este porcentaje subyace una tendencia a la que debemos prestar atención.
Tradicionalmente, la inversión social se ha equiparado a la filantropía, entendida como aquel capital que no busca un retorno financiero o incluso toma la forma de donaciones, normalmente a través de fundaciones sin ánimo de lucro. El impact investing ha demostrado en estos últimos años que es posible invertir en busca de un impacto medible, sin por ello sacrificar en gran medida el retorno financiero. Esto significa que un inversor institucional, puede optar por dedicar por ejemplo un 3 o un 5% de su cartera a este tipo de inversiones, en lugar de simplemente donar de manera filantrópica un 1% del patrimonio gestionado.
¿Asistimos por tanto al nacimiento de una nueva clase de activo dentro de los llamados alternativos (private,equity, venture capital, real estate, etc.)? Sir Ronald Cohen, co-fundador de Bridges Ventures y una eminencia en el sector, argumenta que el impact investing es el nuevo venture capital. Puede ser, pero existe una gran diferencia entre el impact investing y las otras clases de activos alternativos: el impact investing es transversal por definición. Es inversión de impacto un fondo de capital riesgo que invierte en empresas que proveen fuentes de energía solar descentralizada en África Sub-sahariana, pero también lo es una inversión inmobiliaria en Europa para desarrollar un complejo de vivienda social con altos estándares de sostenibilidad. Esta diversidad en cuanto a tipo de inversión, y por tanto en cuanto a perfil de riesgo, hace que el potencial del impact investing sea inmenso. No existe una razón por la cual un inversor debería dedicar como máximo un 5% de su cartera al impact investing y no un 10, 20 o 30%. Pese a que nos encontramos actualmente en una fase muy prematura para presenciar esto, no es descabellado pensar que pueda ocurrir en el futuro.
Pero tampoco seamos ingenuos… Para que el impact investing adquiera esta relevancia, es indispensable que exista una verdadera demanda por productos de inversión de este tipo. No esperemos que los gestores de activos salgan de su “zona de confort” por iniciativa propia. Deben de ser sus clientes los que les empujen a hacerlo. Es aquí donde los grandes patrimonios de este mundo pueden actuar como motor de cambio. Un revelador estudio del Foro Económico Mundial, pone sobre la mesa el cambio que se avecina en la estrategia de inversión de las grandes fortunas como resultado de la transferencia de capital de los baby boomers a los millenails, estimada en USD 41 trillion. Y es que parece claro que estos afortunados millenials tienen inquietudes sociales y medioambientales mucho mayores a las de sus antecesores[1].
Sin embargo, no solo son los gestores de fortunas y Family Offices los que se adentran en las aguas del impact investing. Inversores institucionales como fondos de pensiones o bancos de inversión se están sumando a esta tendencia para explotar este creciente nicho de mercado, pero también para buscar inversiones menos correlacionadas con los últimamente volátiles mercados de capitales. Naturalmente, el actual entorno de tipos de interés cuasi-negativos también contribuye a la búsqueda de inversiones con un perfil de riesgo mayor, como es normalmente el caso del impact investing.
En definitiva, pese a que el impact investing es a día de hoy una gota en el océano en cuanto a volumen, constituye una potente tendencia con la capacidad de modificar (para bien) la actual asignación de capital de los grandes inversores. La urgencia con la que tenemos que abordar los grandes desafíos sociales y medioambientales del siglo XXI debería acelerar este proceso. Esperemos, pero sobre todo actuemos, para que realmente sea así.
[1]Según el Deloitte Millenial Survey publicado en 2014, casi un 30% de los millenials cree que la prioridad número uno de cualquier empresa debería ser mejorar la sociedad. Opinan que las empresas deben hacer más para enfrentarse a los grandes desafíos de nuestra sociedad: la escasez de recursos (56%), el cambio climático (55%) y la desigualdad de ingresos (49%). Además, casi el 40% de los millonarios de la generación X/ Y donan a causas benéficas más de $ 30,000, versus un 6% entre los baby boomers.