Grandes avances en salud y nutrición, aunque los niños más pobres están rezagados en habilidades cognitivas. Intervenciones más adecuadas en centros de cuidado infantil y en los hogares podrían tener un fuerte impacto sobre la distribución del ingreso
Inversiones más acertadas en programas para la primera infancia podrían rendir grandes beneficios para el desarrollo, pero muchos programas en América Latina y el Caribe carecen de suficientes fondos y no se enfocan en la calidad, según un nuevo informe publicado hoy por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Por cada dólar que se invierte en niños de hasta 5 años, se invierten tres en niños de entre 6 y 11 años, según el estudio titulado Los Primeros Años: El Bienestar Infantil y el Rol de las Políticas Públicas, parte de la serie insignia del BID denominada Desarrollo en las Américas.
Sin embargo, el libro propone más que un incremento del gasto en los primeros años. Los gobiernos necesitan redefinir cómo y cuándo intervenir en el desarrollo de la primera infancia, poniendo el énfasis en más programas que mejoren la calidad de las interacciones entre adultos –padres, maestros, personal de los centros de cuidado infantil– y los pequeños en lugar de centrarse en obras de infraestructura.
“El desarrollo durante la primera infancia genera una fuerte impronta que se extiende hasta la adultez”, dijo Norbert Schady, principal asesor económico del sector social del BID y uno de los editores a cargo del estudio. “El gasto destinado a programas efectivos para la niñez temprana tiene un efecto positivo de cascada que se hace sentir en los años posterior en el ciclo de vida y constituye una poderosa herramienta para fomentar la movilidad socioeconómica. Pero para que esto ocurra, los servicios financiados por los gobiernos en América Latina y el Caribe tienen que mejorar mucho su calidad”, añadió.
Sin lugar a dudas, los países han conseguido grandes logros en lo que atañe a reducción de la pobreza infantil. Alrededor del 22 por ciento de los niños se encuentran por debajo de la línea de pobreza en 2013, muy por debajo del 41 por ciento en el 2000. Sumado a ello, los niños tienen hoy mayor estatura y son más saludables que antes, y es más probable que asistan a la escuela.
Y sin embargo, el gasto en los servicios y programas para la niñez temprana representa menos del 6 por ciento del gasto social total, que incluye educación, salud, vivienda y protección social. Medido en términos de porcentaje del PIB, América Latina y el Caribe gasta aproximadamente la mitad del promedio de los países de la OCDE en pre-primaria y centros de cuidado infantil.
Asimismo, deficiencias en la primera infancia tienen un fuerte impacto sobre los sectores más pobres de la región, lo que disminuye la probabilidad de que estén listos para la escuela frente a sus pares más favorecidos económicamente.
Los más pequeños tienen serios retrasos cognitivos y de lenguaje respecto de sus pares de las naciones desarrolladas. El vocabulario que se maneja a edad temprana es un predictor clave del rendimiento escolar posterior. Un estudio realizado en varios países de la región revela que, a los 5 años, los hijos de madres con bajo nivel educativo reconocen menos de la mitad de las palabras que los niños cuyas madres han alcanzado un mayor grado de instrucción.
Dado que la adquisición de capacidades es un proceso acumulativo, el impacto de un gasto mayor y más efectivo en nuestros ciudadanos más pequeños puede ser dramático. La inversión en los niños pequeños también produce mayores resultados cuando se enfoca en niños de los sectores en mayor riesgo. Pero en los adultos es al revés, ya que los mejores resultados se consiguen con inversiones en personas que ya están altamente capacitadas.
El libro propone un cambio en las prioridades de las políticas públicas. El estudio muestra que las intervenciones con visitas a los hogares produjeron un efecto promedio sobre las capacidades cognitivas alrededor de 10 veces superior a los programas de los centros infantiles. No obstante, muchos gobiernos priorizan la construcción de nuevos centros de cuidados de niños en sus programas de gastos social para el desarrollo de la primera infancia.
Un estudio llevado a cabo en Jamaica a lo largo de varias décadas mostró que los niños que se beneficiaron con una intervención dirigida a los padres en sus primeros dos años de vida, al llegar a la adultez tenían salarios que eran un 25 por ciento más altos que otros de similares características pero que no participaron en ese programa, y también eran menos proclives a la depresión y a incurrir en actividades delictivas.
Deficiencias institucionales
El desarrollo de la primera infancia también afronta fuertes desafíos institucionales en la región. Gran cantidad de actores, desde ministerios de salud a familias y educadores, ofrecen programas para la niñez temprana. El libro destaca que han existido esfuerzos por coordinar las intervenciones por parte de programas tales como Chile Crece Contigo y De Cero a Siempre, este último en Colombia.
“El hecho de que ningún actor en particular sea el ‘dueño’ de la primera infancia podría ser una de las razones por las cuales existe un bajo nivel de gastos en el sector”, dijo Samuel Berlinski, economista del departamento de investigaciones del BID y uno de los coeditores del libro. “Una estructura de gobernanza consolidada debería definir con claridad los roles, la planificación, los estándares de calidad y otros elementos clave, asegurarse de que todos asuman sus responsabilidades y enfatizar la supervisión y las evaluaciones rigurosas”, agregó.
La capacidad humana es también un problema mayúsculo. Los educadores que se enfocan en la primera infancia suelen ser considerados trabajadores de menor nivel dentro de la profesión docente. Muchos países sufren de escasez de educadores calificados para la niñez temprana en las zonas más pobres, justamente los sitios donde los resultados de sus capacidades podrían sentirse con mayor contundencia.
El estudio destaca que mejorar el acceso “es simple, pero mejorar la calidad no lo es”, y que mejorar la calidad es “una tarea ardua, más difícil que construir carreteras o puentes y mucho menos glamorosa que inaugurar centros de cuidado infantil”.