Por: José Gaspar de la Fuente L.
@jgdelafuentel
El ambiente parece presa de una tensión incrustada en el lugar. Abundan los muros cubiertos de consignas que aluden al ideal comunista, con rostros de detenidos desaparecidos y poesías de artistas chilenos. No es casualidad que en esta zona de la comuna de Estación Central en Chile se encuentren tales expresiones.
Es la población Los Nogales, lugar donde durante el período de Pinochet se produjeron diversos hechos trágicos y vivió en su juventud el cantautor Víctor Jara junto a otras personas que formaron parte de la oposición al régimen, como algunos miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, FPMR (abundan los símbolos de este grupo).
Pero hay algo que en la actualidad llama la atención por sobre todo lo demás y que parece destinado a calmar la ira del pasado. Un fenómeno que comenzó hace media década y que podría cambiar totalmente el lugar: la gran presencia de haitianos.
Desde el terremoto del 2010 que azotó a Haití (murieron más de 300.000 haitianos) la situación se tornó aún más compleja. Con el 80% de su población bajo el umbral de la pobreza y una esperanza de vida de 61 años, es el país más pobre del continente americano. Por esto, muchos de sus habitantes comenzaron a migrar en búsqueda de oportunidades. Chile se ha convertido en uno de sus destinos predilectos.
Los haitianos tienen que lidiar, entre otras cosas, con la barrera lingüística y las diversas reacciones que tienen frente a ellos, es decir, los muros que los separan de la integración.
El perfil de una haitiana en Chile
Gidete Senti encontró una solución al problema. Con 33 años y tres hijos, esta mujer haitiana arribó el 2011 junto a su marido Michel. Se instalaron en la población y de a poco comenzaron a asentarse. Hace unos meses, a Gidete se le ocurrió una idea para generar más ingresos: vender comida de su país.
Según explica “como hay muchos haitianos en este sector que trabajan todo el día pero no tienen a sus mujeres para que les preparen comida, se me ocurrió venderla. Pasan por aquí antes o después del trabajo para llevarse sus platos”.
A pesar de que, por el momento, la mayoría de sus clientes son sus compatriotas, también afirma que muchos chilenos la consumen. “Son desconfiados -se ríe- Como hay un paradero al frente, a veces mientras esperan la micro, algunos se quedan mirando como la preparamos, si el carro está limpio y si cambiamos el aceite. Pueden pasar 15 días hasta que se convencen por venir a probarla. Pero no es problema, porque en general les gusta y después vuelven” explica.
Poul fri que es un típico pollo frito y bannann fri son las 2 comidas haitianas que vende junto a una salsa picante también criolla. No faltan las sopaipillas y las papas fritas tampoco.
Donde más dudas encuentran los chilenos y más sabor a hogar los haitianos es en el bannann fri. Es plátano frito pero no cualquiera, es uno diferente al que estamos acostumbrados, no es dulce, es verde y bastante más grande. Lo corta en rodajas que luego aplasta con una herramienta compuesta básicamente por dos tablas de madera y luego las fríe en el aceite que cambia a diario.
Como ella dice, tiene amigos chilenos que vienen con frecuencia a comprarle. Cuenta que uno de ellos, a pesar de vivir bastante lejos, viene cada 15 días a comprar 5 platos de comida para su familia.
También recuerda con gracia aquella vez que paró un furgón de carabineros y se bajaron los uniformados a revisar y preguntarle por el carro. Ella les ofreció sopaipillas y plátano frito, que era sobre lo que más preguntaban. Lo comieron sin problemas y además le compraron antes de seguir con el recorrido.
Afirma que existen más puestos de comida haitiana en Santiago pero que en el sector solo está el suyo. Con lo que logre juntar quiere regularizar la situación y traer a sus otros 2 hijos a Chile. El año pasado lo intentó pero no tuvo éxito. Gastó más de 2 millones y medio de pesos en los pasajes y cuando se encontraban de vuelta en el aeropuerto nacional, tuvo problemas con los papeles de ellos por lo que la PDI mandó a los pequeños de vuelta.
Una de sus amigas más cercanas es Carla Pinto, una fonoaudióloga y testigo de Jehová que le hace clases de estudios bíblicos a su hija menor, Michelda. Para lograr una relación más cercana con los inmigrantes de Haití aprendió su idioma natal, el creol o criollo haitiano. Ella ha sido testigo del proceso de inserción de Gidete.
“Habla bastante bien español. Los haitianos tienen un espíritu de superación y esfuerzo muy particular. Además de aportar con su trabajo al país también lo hacen con sus costumbres. Por ejemplo, antes de que llegaran, la población era mucho más peligrosa pero se ha vuelto más tranquila desde que comenzaron a instalarse.”
Gidete corrobora lo último al afirmar que en Haití al que roba lo matan por lo que vienen sin este tipo de intenciones.
Muchas son las maneras para adaptarse a una nueva sociedad pero depende en gran medida de los miembros que la componen, el nivel de dificultad con el que se encontrará el inmigrante. Como en el caso Gidete, a veces lo que falta son más manos amigas dispuestas a ayudar para que sus recetas tengan frutos.
Haitiana encuentra un lugar en Chile a través de su comida nacional. Por: José Gaspar de la Fuente L. @jgdelafuentel