Columna: Desigualdad extrema. Por: Ignasi Carreras, director del Instituto de Innovación Social de ESADE
En 2016, el 1% de los habitantes del planeta poseerá más riqueza que el 99% restante. O lo que es lo mismo, el año que viene 70 millones de personas tendrán una parte mayor de la riqueza global que los 7.000 millones que conformamos el resto de la población mundial.
Este es uno de los datos más impactantes del reciente informe de Oxfam Intermón sobre el fenómeno de la desigualdad económica que se está intensificando en todos los continentes. El 80% de la población mundial vive en países en los que las diferencias de ingresos entre los ricos y los pobres están aumentando. España es el país de la OCDE donde más ha crecido la desigualdad.
No se está cuestionando la existencia de un cierto grado de desigualdad inherente a todo sistema social y económico, sino que sea el sistema el que la creciente, en lugar de corregirla. La actual desigualdad extrema, derivada principalmente de políticas que han alentado el fundamentalismo del mercado así como la concentración de poder, está siendo nefasta.
El incremento de las desigualdades se está convirtiendo en un obstáculo mayúsculo para la erradicación de la pobreza. Perpetúa la exclusión y la falta de oportunidades para los más pobres y empuja a sectores amplios de población a situaciones de mayor vulnerabilidad. Asimismo, altera el funcionamiento de la democracia y fomenta la delincuencia y la violencia. Las tasas de homicidio son casi cuatro veces más altas en países con alta desigualdad económica que en aquellos más igualitarios.
Cada vez hay más voces que se suman a las demandas de los movimientos sociales, las ONG, los sindicatos, el sector académico y ciertas formaciones políticas para que haya una decidida actuación contra la desigualdad. Se propone una fiscalidad más equitativa, mayor gasto público en educación, salud y ocupación, asegurar un salario mínimo digno y acotar las desorbitadas remuneraciones de algunos directivos. Otra propuesta es que los países hagan pública la evolución de la desigualdad como uno de los principales indicadores macroeconómicos a tener en cuenta.
Está previsto que la Asamblea General de Naciones de Unidas del próximo mes de septiembre acuerde nuevos objetivos para acabar con la pobreza extrema en 2030, pero cada vez es más evidente que sin abordar el desafío de la creciente desigualdad, seguirán perdiéndose muchas vidas. Es urgente que la comunidad internacional pase de los debates a un buen plan de acción en este ámbito.
Artículo publicado en La Vanguardia el 18 de marzo de 2015.